Cazar bajo la lluvia tiene su encanto. Los olores se intensifican, el monte se muestra más vivo y los perros trabajan mejor. Pero también tiene aspectos negativos, es más complicado escuchar los sonidos del monte. Además, la lluvia nos proporciona una ventaja, al humedecer el suelo hace que nuestro andar sea más sigiloso, a la vez que el ruido que generan las gotas al chocar contra la tierra y la vegetación termina saturando el sistema auditivo del animal, enmascarando así los sonidos que podamos producir durante nuestros desplazamientos.
El agua como el viento impiden el correcto funcionamiento del olfato y el oído tanto del cazador como el de su presa. Sin embargo, hay que destacar que estos dos sentidos son casi ignorados por nosotros durante la cacería, mientras que son fundamentales para los animales que queremos cazar.
Lo que para el cazador es un problema menor, para la presa representa perder sus mejores y más eficientes defensas. A esto hay que añadir que ni el agua ni el viento merman nuestro principal sentido en la búsqueda, la vista.