Hay historias que parecen salidas de una película de terror, pero que ocurren en la vida real. La de Micaela y su nuera María Lemu es una de esas. Una historia de apariciones, persistencia… y finalmente, de resolución.
María recuerda cómo todo comenzó con pequeñas señales: ruidos extraños en la casa, objetos fuera de lugar, y esa sensación constante de que alguien la observaba. No tardó en descubrir que la presencia no era cualquier espíritu: era Micaela, su suegra, fallecida años atrás. Una mujer que parecía tener un propósito claro: insistir hasta que María escuchara su mensaje.
Al principio, María decidió no hablar de ello. “Pensé que estaba imaginando cosas”, confiesa. Pero las visitas no cesaban. No eran apariciones fugaces; Micaela se presentaba de manera insistente, dejando claro que había algo pendiente. La resistencia de María se quebró cuando decidió acudir al sacerdote del pueblo. Él, con calma y comprensión, le sugirió un acercamiento valiente: “Habla con ella, escucha lo que tenga que decirte”.
Lo que vino después fue inesperado. Una misa dedicada a Micaela, un hábito morado y un acto simbólico: “cumplir lo que yo no pude cumplir”, según las palabras de la difunta. Aquella reconciliación espiritual tuvo el efecto deseado: las apariciones cesaron. María sintió una mezcla de alivio y paz, consciente de que había honrado a quien había sido parte de su vida, aunque desde el más allá.