Brujas entre tumbas: los secretos ocultos en los cementerios de Extremadura
Sábado, 25 Octubre 2025

Lo que durante siglos fue leyenda, hoy lo confirman los archivos de la Inquisición. En el siglo XVII, Dominga Rodríguez usaba ladrillos de tumbas de hombres muertos, mezclados con agua bendita, para romper amores. En Llerena, Agustina González preparaba polvos mágicos con huesos de difuntos y canillas humanas molidas, un brebaje tan siniestro como sus intenciones.

Se cuenta que el enterrador del pueblo, desesperado por su impotencia, acudió a ella en busca de remedio. Agustina le pidió un brazo de un difunto recién enterrado y unas canillas frescas para extraerles el tuétano. Aquella mezcla debía devolverle la fuerza perdida.

Dos siglos después, ya en el XIX, Ana la Casareña, la bruja más famosa de Cáceres, seguía frecuentando los cementerios. Decían que desenterraba cuerpos de niños para extraerles las vísceras y preparar ungüentos prohibidos. Su figura, envuelta en miedo y superstición, quedó grabada en la memoria popular.

Pero más allá del mito, había ciencia. Estas mujeres conocían el poder de las plantas, los efectos de los alcaloides y la química de la naturaleza. Sabían que el cementerio era el lugar más nitrogenado del pueblo, donde las hierbas crecían más fuertes. Allí recogían sus ingredientes, entre tumbas y susurros.

Así, entre la superstición y la botánica, entre el conjuro y el conocimiento, las brujas extremeñas transformaron los cementerios en espacios de poder, magia y ciencia oculta.