Toni y Marisa desprenden una complicidad hermosa. De esas cultivadas a fuego lento desde la infancia. Y entonces no lo sabían, pero además, comparten un 100% de compatibilidad genética, valiosísima para afrontar el proceso de donación de médula ósea que necesitó Toni.
En este capítulo Toni nos narra la forma en la que supo de su diagnóstico, o más bien de como "se tuvo que autodiagnosticar", algo que solo pudo hacer porque trabajaba como enfermera en un hospital.
Diez años más tarde y varios tratamientos fallidos después, tuvo que afrontar la posibilidad de un trasplante de médula, un paso a dar que le costó asumir y en el que la labor de la Asociación de médula ósea de Extremadura le dio un gran apoyo, sobre todo a través de la atención de la psicóloga de la entidad, Laura.
De su mano comprendemos la importancia del derecho a saber y a no saber de los pacientes, de los "equipos humanos" más que de las corazas profesionales, y de como sentirse comprendido es realmente valioso en un proceso terapéutico.
Toni necesitó algún tiempo para enfrentar la nueva realidad. Pero cuando se sintió preparada para contarlo y lo hizo, a quien le tembló el suelo bajo sus pies, fue a su familia...desconcertada ante la mezcla de sensaciones a los que les tocaba enfrentarse. Ramón , su marido, Ana, su hija, Alberto, su hijo, Marisa, su hermana... Cada uno gestionó de un modo distinto "ese salto al vacío".
Pero todos coincidieron en algo: Pasara lo que pasara, siempre estarían al lado de Toni.