Un día la hematóloga de Toni le comunicó que era necesario afrontar el trasplante de su médula ósea. La noticia despertó multitud de esperanzas y miedos en ella y en su entorno: Desde la posibilidad de terminar con la enfermedad hasta asumir el riesgo de que no saliera bien.
El marido de Toni, Ramón, fue la persona elegida para confinarse con ella en el Hospital Universitario de Salamanca el tiempo que durara su proceso de trasplante. Sabía bien que la paciente era Toni y no él, pero al relatar lo vivido, lo hace siempre en primera persona del plural. Porque la experiencia, aun desde otro rol, también fue suya. Y porque son "un equipo".
Entraron al Hospital juntos, preparados mentalmente, pero cargados de todo tipo de temores. Algunos miedos eran tan enormes que ni los pronunciaron. Otros les hicieron temer situaciones que jamás sucedieron. Y otras situaciones, siempre inesperadas, les asaltaron por sorpresa sin tiempo de reacción...Como cuando donante y donada se contagiaron de COVID en uno de los momentos más delicados de aquellos días.
A pesar de los sustos y los retrasos que eso provocó, el 13 de octubre llegó por fin el momento del trasplante de Toni. No duró mucho más de unas cuantas horas si sumamos los tiempos de la extracción de células a su hermana Marisa. Y sin embargo, da la impresión de que por cada miembro de esta familia, pasaron vidas enteras: Toni experimentaba el vértigo de saberse ante "la hora de la verdad" mientras que Marisa relata un auténtico "chute de vida". Alberto, su hijo, que hasta ahora había preferido no indagar demasiado, ese día no paró de preguntar a las enfermeras, sorprendido ante la sencillez del proceso. Y Ana, su hija, supo que aquellas horas les uniría para siempre, aún mas, con su tía Marisa.
Mientras, al lado de Toni y de las enfermeras que la asistían, Ramón. Quieto y callado. Evocando en su postura corporal a su suegro. Tan presente. Nadie mejor que ellos para explicarnos porqué.