En Las Hurdes, las historias sobre brujas aún perviven en la memoria de sus habitantes. Se dice que pueden encogerse gracias al sebo de sapos despellejados, lo que les permite deslizarse por las cerraduras de las casas y aparecer donde menos se espera. En otras ocasiones, adoptan la forma de pequeñas luces que revolotean en la oscuridad y se cuelan en las viviendas. A estas luminarias se les llama encorujas o envidiosas, y se les atribuye una peligrosidad notable: roban bebés, presionan el pecho de los durmientes y chupan la energía o incluso la sangre de los vivos. Para ahuyentarlas, según la tradición, basta con cruzar una camisa o un pantalón sobre la cama.
Los últimos testimonios sobre estas brujas en Asegur hablan de figuras conocidas como “la gata” o “la chaga”, recordadas por Florencio y Luis Guerrero, hermanos de Casares de Hurdes.
En los llanos de Cáceres, las apariciones y tormentos eran diferentes, pero no menos inquietantes. Una de las anécdotas más conocidas relata cómo el bisabuelo del investigador Puli Hurtado, tras negarse a ayudar a dos mujeres extrañas, vio cómo dos luces se posaban en las orejas de su caballo. Tras rezar un Padrenuestro, las luces se apagaron, pero en su lugar aparecieron dos pelotas que lo golpeaban sin cesar.
Otros no tuvieron tanta suerte. Francisco Pulido, un hortelano de la zona, pasó toda la noche corriendo detrás de estas misteriosas luminarias, solo para descubrir al amanecer que no había logrado avanzar ni diez pasos desde su huerta.