Estrenamos columna histórica y de opinión para los lunes de verano. Durante el mes de julio y agosto conoceremos personajes, vivencias o libros relacionados con la Historia de nuestra región. Para ello vamos a contar con la ayuda de Felipe Lorenzana, Profesor y Doctor en Historia Moderna. Hoy nos presenta a Manuel García Garrido, natural la localidad pacense de Fuente de Cantos. Nació hace casi un siglo y podría considerarse uno de los extremeños más aventajados y desconocidos de nuestra historia. Repasar su vida nos servirá para reparar su olvido.
Don Manuel era hijo de humildes maestros y maestro él también, estudió Leyes en Sevilla, se doctoró en Madrid en Derecho Romano, amplió estudios en Roma y alcanzó la condición de catedrático y de rector. De maestro a rector, todo un itinerario.
Hay más: fue Director General del Ministerio de Educación y Ciencia cuando se implantó la Ley General de Educación que trajo la E.G.B y el B.U.P y modernizó por vez primera nuestras desvencijadas estructuras pedagógicas. En 1972 fundó la Universidad Nacional de Educación a Distancia, posibilitando que miles y miles de españoles y españolas sin recursos, o sin acceso a estudios presenciales, alcanzasen la titulación superior y además logró que uno de los primeros centros asociados se instalara en Extremadura, en Mérida.
Tras esto, contribuyó a la creación de la Universidad de Extremadura, y hasta fue propuesto para su rectorado, pero le desanimaron las disputas entre las capitales de provincia y prefirió continuar en la UNED, a la que convirtió, y todavía lo es, en la universidad pública con mayor número de matrículas.
Tuvo también su papel en la Transición; fue elegido en 1977 diputado a Cortes por Badajoz en las listas de UCD e intervino en la redacción de nuestra Carta Magna. Desencantado de la política, se dedicó en cuerpo y alma a la Universidad, en la que creó uno de las más prestigiosas escuelas de romanistas; acumuló distinciones y publicó decenas de libros y de manuales, incluso alguno de poesía.
Tuve la suerte de conocer a D. Manuel en su casa madrileña hace dos años; conservaba su acento extremeño, pero se notaba su amargura por el olvido. Murió hace unos meses. Nadie le propuso para Medalla de Extremadura, nadie le llamó para ingresar en nuestra Real Academia. Su pueblo natal, que le homenajeó cuando estaba en la cúspide, le borró después del callejero y ahí seguimos. Ningún medio de comunicación regional publicó un triste obituario tras su muerte.
Mal asunto es que una tierra tan desprovista de personalidades como sobrada de mediocres personajes, que tanto ha lamentado el olvido de los poderes públicos, olvide a su vez a sus hijos más necesarios.