Comienza el mes de agosto y muchos agricultores vuelven a mirar al cielo y a anotar todo lo que en él ocurre. Empiezan a tomar datos para realizar las cabañuelas, método ancestral de predicción meteorológica traída en la Edad Media por los árabes desde la India y que se realiza durante el mes de agosto, cuyos resultados son extrapolables al año siguiente.
El método no requiere material sofisticado: tan sólo la observación visual, un cuaderno, un termómetro, un reloj y, si acaso, una veleta. Apuntan: la temperatura, el viento, la cantidad y el tipo de nubosidad, así como otros fenómenos como el rocío. E incluso, se presta atención a la fase lunar y su color, a las estrellas y a los planetas.
Se procede de la siguiente manera: lo que acontece el día 1 de agosto es un resumen del año siguiente. El día 2, corresponde al mes de enero; el 3, a febrero... y así hasta el 13 que representa a diciembre.
Después vienen las cabañuelas retorneras, que complementan a las anteriores. El día 13 da información adicional de diciembre; el 14, a noviembre... hasta el día 26 que resume el año completo. La unión de las dos informaciones da una visión conjunta y definitiva de la previsión.
Sin embargo, esta técnica no tiene fundamento científico. Para empezar, base de observación es muy reducida. En Meteorología el intercambio de datos entre observatorios es básico para un correcto pronóstico. Y por otro, la atmósfera es un sistema caótico, en el que el pronóstico a largo plazo carece de fiabilidad puesto que los errores aumentan considerablemente.