La liebre está dotada de un complejo lenguaje gestual, al que se suma el lenguaje vocal, limitado a contadas ocasiones. Cada momento de su vida está caracterizado por actitudes inconfundibles, a cada una de las cuales corresponde un “estado de ánimo”. Cuando el animal está tranquilo y no advierte ningún peligro inminente, adopta el movimiento normal, a pequeños saltos, recorriendo breves tramos, que a menudo interrumpe con pausas para poder husmear el terreno o mordisquear un poco de hierba.
En sus estrategias defensivas, la liebre debe tener en cuenta también a los perros, en particular a los galgos. A veces, algún perro consigue momentáneamente alcanzar a la liebre, ésta no duda en sacar las uñas para escapar, con un movimiento de las patas, golpea el hocico del perro. Al hacer esto, gana tiempo para inmediatamente salir a gran velocidad. De esta manera consigue recuperar cierta ventaja. Tras haber hecho este movimiento, recurre a la táctica habitual de volver sobre su propio rastro, realizando amplios quiebros laterales para confundir al perseguidor, cansarlo y hacerle perder tiempo.