La caza a rececho es mucho más que una modalidad: es una forma de gestión y conservación. Se considera caza selectiva porque permite regular poblaciones de animales cinegéticos, asegurando especies, fortaleciendo el ecosistema y garantizando animales más sanos y resistentes. Su práctica responsable contribuye tanto a la sostenibilidad ambiental como al equilibrio natural.
El verdadero reto del rececho no solo está en avistar piezas, sino en localizar al ejemplar más representativo. En este caso, el objetivo es el gamo con mayor puntuación de la finca. Aunque aparezcan trofeos destacados, el desafío es encontrar aquel que sobresalga. Para valorarlo hay que analizar sus cuernas, grosor, palas y puntas, algo que requiere paciencia, observación y experiencia.
Sin embargo, antes de evaluar, surge la dificultad más grande: acercarse al animal sin ser detectado. Cada paso exige sigilo, viento favorable y lectura del terreno. El rececho combina estrategia, conocimiento y respeto por la naturaleza, lo que lo convierte en una de las modalidades más apasionantes. Es un ejercicio de superación personal y de conexión directa con el campo.