Ana Grajera ha conocido hoy en el centro de mayores de la zona sur de Mérida la difícil vida de Josefa. Nació al tiempo que estalló la guerra y ahora apaga la tele cuando ve las imágenes de las bombas cayendo sobre Ucrania. El miedo, las despedidas, las muertes de la pantalla, son las de su familia, que huyó con lo puesto bajo los bombardeos.
Su madre escuchó desde la cárcel los disparos del fusilamiento de su padre. A ella no la fusilaron porque estaba amamantando a Josefa.
Con 36 años fue viuda con cuatro hijos a cargo, uno de 11 años, otro de 9, otro de 7 y Josefa, que era un bebé. Una niña de la guerra que aprendió a entender que su hermano era su padre, a consolar el llanto de su madre y a cocinar sopas con "casi nada" con solo 7 años.
También ha aprendido a vivir consciente de que no podrá recuperar jamás los restos de su padre, porque vieron como los perros acababan con los cuerpos de la fosa. No conserva ninguna fotografía y lo que sabe de él, lo ha ido integrando a través de los recuerdos heredados de su familia.
Su madre le enseñó a crecerse ante la adversidad. Fundamentalmente una, el hambre: Tuvo que enviar a un hijo a vivir con un familiar para que pudiera comer...y se dedicó con otra viuda al contrabando, para poder dar de comer a sus hijos.
En los talleres de memoria del Hogar de mayores Zona Sur Josefa no suele hablar de su vida. Le parece demasiado trágica. Aun así, la comparte con nuestros oyentes convencida de que solo la palabra compartida, puede evitar que se sigan repitiendo las atrocidades de la guerra. Es su esperanza.