La agricultura de conservación va ganando terreno, nunca mejor dicho, como uno de los remedios frente a la degradación de los suelos en nuestros campos. Este tipo de agricultura se basa en la ausencia de laboreo optando por la siembra directa, el mantenimiento de coberturas vegetales y la rotación de cultivos. Unas prácticas que generan ventajas medioambientales y agronómicas y que aparecen reflejadas en el cuarto ecoesquema de la nueva PAC.
Estudios contrastados verifican que en cultivos de cereales se han registrado ahorros de carburante de 35 litros de gasóleo por hectárea y año; también se utilizan menos cantidades de fertilizantes, mientras que la productividad pueden aumentar hasta en un 20 %. Además, se reducen los abonos que acaban en el subsuelo y se emite menos CO2 a la atmósfera. En España, el 15 % de agricultores optan por esta modalidad que tiene su reflejo en el manejo de animales en la llamada ganadería regenerativa.