"Bailar nos hace felices. Nos conecta con nuestro yo más profundo y a la vez, de una manera más pura con las personas que nos rodean". Eso, unido a a sensación de plenitud, de sanación de duelos y de libertad, es lo que más nos refiere la comunidad de oyentes que ha participado en este reportaje colaborativo, construido en gran medida gracias a que nos han compartido sus experiencias personas como Vero, Valentina, Gonzalo, Alegría o Mai.
Las sensaciones descritas, aparentemente mágicas, nos las explica desde la ciencia la emeritense doctora en medicina y ciencias de la salud y especialista en neuropsicología Silvia Núñez: "Reconocemos instintivamente el ritmo porque lo sentimos al oír el latido del corazón de nuestra madre. La música, la danza nos lleva a lo que somos". De su mano, entre hormonas y neuronas abiertas a la vida a través del movimiento, viajamos a lo más ancestral del ser humano.
Siguiendo el curso del río Guadiana desde Mérida, llegamos al corazón del casco antiguo pacense. En la calle Sisenando, en el Estudio de Danza de Ana Baigorri, entrenan desde hace cuatro horas con entrega y pasión sus alumnas de ballet clásico. Ana Baigorri ha sido bailarina profesional en varias compañías europeas como la Staatstheater Nurberg Ballet de Alemania, y ahora es profesora en su propio centro. Imparte distintos estilos de danza, pero al margen de qué ritmo o expectativa las guie, siempre enfoca su trabajo "en la escucha y el respeto al propio cuerpo, a todos los cuerpos". Tanto los de quienes quieren ser bailarinas profesionales, como Elvira, Marisa o Ilka, como los de quienes peinas canas o necesitan una silla de ruedas para moverse por la vida.
En una fotografía de su estudio conocemos la experiencia de danza que compartió con Andrii Tachenko, bailarín y bombero en Ucrania, solicitante de asilo en Badajoz, a donde llegó ya sin sus dos piernas. Rodaron y bailaron juntos. Más bien flotaron. Crearon la sensación de "lo imposible, que al final es el juego que nos propone la danza". Y fue ese vuelo, junto a otros, como el que comparte con Inés, una de sus bailarinas con parálisis cerebral, cuando confirmamos la tesis de partida: ¿Tienes un cuerpo? Puedes bailar.
El taller de danza inclusiva de Aspaceba lleva diez años demostrándolo. Lo saben bien sus usuarios y usuarias, sobre todo aquellos y aquellas que, con parálisis cerebral o síndromes afines, tienen menos movilidad. Allí nos reciben las terapeutas ocupacionales Olimpia y María José y Laura, que es logopeda. Ellas son el hilo conductor que, de manera poética, en un código que trasciende lo verbal, facilitan a sus bailarines la sensación de movimiento, girando a su alrededor, moviendo sus sillas entre cariocas, lazos y plumas bien acompasadas con el ritmo de la música.
Bailamos con Carmen, Santiago, Tomas, Ana, Melisa y Alba. Y como si de un espectáculo de fuegos artificiales se tratara, las sensaciones explotan, sobre todo las vinculadas con lo vestibular (movimiento) y propioceptivo (de conciencia del propio cuerpo)
De nuevo despierta la magia, la ciencia, la belleza, el gozo, lo ancestral, la plenitud. Y volvemos al punto de partida, aquel que nos confirma en que con todos los cuerpos y en toda circunstancia, bailar nos conecta con la vida.