El origen del cultivo del ajo es muy antiguo y no existe una teoría unificada sobre su procedencia. Se sabe que en el siglo VI antes de Cristo ya era utilizado en la India aunque muchos afirman que es originario de suroeste de Siberia.
Los arqueólogos han encontrado pruebas de su cultivo y consumo en el antiguo Egipto. Hay constancia del consumo del ajo en la antigua Grecia para un uso medicinal y se los comían a puñados los atletas olímpicos para mejorar su rendimiento.
También aparece en referencias bíblicas y en textos médicos antiguos de Roma, China e India por sus aplicaciones saludables. En la Edad Media el ajo fue remedio y protección contra pestes y epidemias pero fue en el siglo XVII cuando realmente fue consumido de manera más habitual, aunque solo por las clases bajas, ya que la alta sociedad lo rechazaba por su olor.
En la actualidad es muy apreciado como condimento en todo el mundo. En Asia se localiza más del 80% de la producción mundial.
El ajo es nutritivo y está lleno de propiedades: favorece el sistema inmunitario, reduce la presión sanguínea, es antiinflamatorio y antibacteriano. De hecho, son numerosos los científicos que lo han estudiado, entre ellos el propio Pasteur. Claro que para beneficiarse de todas ellas hay que comerlo crudo, porque una vez cocinado pierde muchas de ellas.