El público del Teatro Romano aún miraba al cielo cuando Medea anuncia su propia tormenta... La sueña antes incluso de la obertura.
Ella, desde la planta de arriba de su propio infierno. Sus hijos, en la planta más profunda. Y estalla la partitura de Cherubini...
La Orquesta de Extremadura, en el foso, sigue la batuta de Andrés Salado, y la semidiosa, enamorada de Jasón, se rompe de amor... y de celos.
Jasón prepara bodas con Dircé y Medea es la maldita. Ataviada con un hiyab y explosivos, aparece en la propuesta de Paco Azorín. Y acompañada de las furias, que bajan y suben por su particular infierno sembrado el terror.
Porque Medea no solo se está muriendo de celos. También se muere de ultraje, de deshonra. Expulsada por Creonte, y privada de sus hijos, sin patria y sin familia... Quizá por eso se puede querer explotar.
Medea la hechicera, la semidiosa, la nieta del dios del sol y sobrina de la bruja Circe, la más maldita de los seres mitológicos... Y a quien Eurípides, sin embargo, dejó un salvavidas: el de sembrar compasión en medio de tanto espanto. Todo el que ve Medea sabe de lo que estamos hablando.