Mide solo unos centímetros, es de pizarra y está grabada por ambas caras. El dibujo es el siguiente: una escena con tres guerreros, ataviados con escudo, armas y tocado. Están interactuando. Hay tantos detalles que de uno de ellos se percibe incluso el órgano sexual.
Los arqueólogos interpretan esta pieza como la tabla de ensayo de un artesano de orfebrería que trabajaría en el edificio y que plasmaría luego esos diseños en oro o cobre. En ella, dejó sus fallos y sus pruebas, pero también tantos pormenores, que sus bocetos más íntimos permitirán ahora profundizar en la investigación sobre su simbolismo y sobre el armamento y las escenas bélicas de Tarteso. Pero no solo eso.
Código de vestimenta del guerrero tartésico
Si los rostros hallados el año pasado nos enseñaron cómo portaban los miembros de esa civilización sus joyas, ahora el artesano que hizo estos grabados nos descubre cómo portaban sus tocados, armas y uniformes los guerreros de Tarteso.
“La espada parece ser una falcata por el tipo de empuñadura y está perfectamente enfundada, apreciándose incluso el revestimiento del cuero de la funda”, detalla Esther Rodríguez, codirectora del yacimiento del Turuñuelo.
Y además, tal y como ocurre en uno de los cinco rostros de Tarteso, uno de los tres individuos porta una trenza, la cual se interpreta en ambos casos como el símbolo del paso de la adolescencia a la edad adulta.
La pieza, que una vez más es única en la cultura tartésica, vuelve a dejar constancia de los rasgos propios de esa civilización, ya que mezcla elementos puramente locales (indígenas) con otros que siguen los cánones del por aquel entonces considerado mundo oriental: “Es el caso de las manos de uno de estos guerreros. Siguen fielmente el mismo esquema que los marfiles etruscos que encontramos en 2022”, explica la arqueóloga.
Conexión con el mundo íbero
Algunos de estos elementos, como la posible falcata, nos remiten a la cultura íbera, asentada en la zona del Levante y que surgió cuando Tarteso daba sus últimos coletazos en el Valle Medio del Guadiana.
Según analiza Rodríguez, “se han hallado espadas así en Albacete o Jaén. Y eso no está tan lejos”. Dice la arqueóloga que quizá es prematuro hablar de una hipotética emigración de Tarteso hacia el Levante, pero lo que “ahora sí parece claro es la conexión entre ambos territorios en la época final”.
Y, por fin, la puerta del edificio
“La puerta estaba ahí mismo”, señala Sebastián Celestino, codirector del yacimiento. Y ese “ahí mismo” es literal: la han localizado a solo unos centímetros de donde aparecieron algunos de los 5 rostros de Tarteso. Pero la arquitectura del edificio, de la que no hay paralelos, no permitía verla fácilmente.
Mide 2,80 metros de ancho y se abre dentro de un muro de 3 metros de altura. Es la fachada oriental del edificio. Por ella se accedía a su interior, recorriendo antes un pasillo exterior que rodearía por completo la construcción. Ese pasillo está hecho de pizarra, como el del patio de la hecatombe. Y tiene forma de recodo, “al modo oriental”, explica el arqueólogo.
“De esa forma, quien quisiera entrar, en un primer momento no podía ver imágenes de las divinidades o de las figuras de poder, sino que estaba obligado a girar. Es lo mismo que va a suceder luego también en los templos musulmanes o cristianos”, indica.
¿Y qué hay alrededor de ese pasillo exterior? Cuatro estancias, interpretadas como talleres, y dentro de uno de ellos, un gran horno junto al que han aparecido pesas de telar. Se han localizado 47 en total, algunas de ellas todavía a medio terminar, como si se estuvieran fabricando: “Ya habíamos encontrado tejidos (lino y lana) pero no estábamos seguros al 100% de que se fabricaran aquí. Ahora sí.”, explica Esther Rodríguez.
Justo en la estancia de al lado es donde se ha hallado la tablilla en la que el artesano grabó la escena de los guerreros. Y se han localizado también cuchillos afalcatados y un ajuar de cerámica casi completo.
Entre todos, nos inician en una historia hasta ahora jamás contada: la de un gremio, el artesanado de Tarteso. Porque nunca antes se habían documentado arqueológicamente talleres tartésicos en su ámbito completo: “Eso nos va a permitir estudiar los procesos tecnológicos de su etapa final”, aclara la arqueóloga.
Imaginemos
Imaginemos, antes de acabar este artículo, que el artesano que está diseñando los guerreros en su tabla de ensayo sale de su taller. Que se despide de su vecino, quizá el alfarero que fabricaba las pesas de telar. Y que, ya en el pasillo de pizarra, se encuentra con una mujer: trae noticias de que el río vuelve a crecer demasiado. Y de que los pueblos del norte tienen cada vez más poder.
El artesano, que aún piensa en cómo rematar de la mejor forma a sus guerreros, comenta que habrá que rogar a los dioses, quizá hacerles una ofrenda. Imaginemos que emprenden juntos el camino hacia el edificio. Que hacen el giro del pasillo y suben los dos únicos escalones de la puerta ahora recién excavada. Entran en la habitación de las gradas y se sientan alrededor del fuego, como lo hace ya más gente.
Se habla de la posibilidad de sacrificar caballos en el patio aledaño y alejar así las amenazas que les acechan. Se baraja usar, para el ritual, la bañera que está en la planta de arriba, una vez se superan los once peldaños de la gran escalera monumental.
El artesano se muestra ausente: sigue con la mente en sus guerreros. El suelo que pisa es el mismo en el que, 26 siglos después, se encontrarán, destruidos con ensañamiento, los primeros rostros de su civilización. Pero él tiene otra misión: dejar plasmado cómo eran los guerreros de Tarteso. Los arqueólogos del Turuñuelo hallarán su tabla de bocetos un día de finales de mayo de 2024. Misión cumplida.