Hubo un tiempo en que los videoclubes eran templos para los amantes del cine, lugares donde encontrar esa película que se nos escapó en las salas, pasear por los pasillos revisando carátulas y llevarse a casa el entretenimiento para una noche con amigos. Durante los años 90 y principios de los 2000, estos establecimientos vivieron su época dorada, siendo la única alternativa al cine para disfrutar de los últimos estrenos.
Sin embargo, con la llegada de las plataformas de streaming y el aumento de la piratería, los videoclubes comenzaron a desvanecerse. Establecimientos como el Videoclub Ciudad Jardín de Cáceres, donde trabaja Eva María Aguilar, han tenido que adaptarse para sobrevivir. "A día de hoy es muy complicado. En su día tuvimos que luchar con la piratería y desde el Covid con las plataformas", explica. Ahora, además del alquiler de películas, ofrecen otros productos y mantienen un espacio para hablar de cine y asesorar a los clientes.
Francisco Avilés, del Videoclub Bluster 2, también en Cáceres, comparte que aunque la mayoría de sus clientes son habituales de toda la vida, también atraen a jóvenes que buscan una experiencia diferente. "La mayoría de nuestros clientes son mayores, pero también hay jóvenes que se pasan por aquí y les aconsejamos", comenta.
Son pocos los videoclubes que aún permanecen abiertos en la región y son, además, un recordatorio nostálgico de una era pasada, resistiendo como últimos refugios para los cinéfilos en un mundo digital.