Por supuesto que volveremos a Las Hurdes. A degustar su miel, su matajambre, su ensalada, su caldereta de cabrito, socochones o sus patatas meneás.
Regresaremos a ese mar de montañas de 465,2 kilómetros cuadrados en el que se esconden sus majestuosos saltos de agua: La Horcajada, La Chorrera de Arrobatuequilla, la Cascada del Ceño, la Garganta de Horcajo, el Chorro de la Miacera o el de los Corralones, el Chorritero y la Chorrera de la Buitrera en Ovejuela, el Chorro de Los Ángeles, la Garganta de Arrocambrón o el Chorro del Gollete en Cerezal.
Tendremos la oportunidad de nuevo de bañarnos en Sauceda, Las Erías, la piscina natural de Caminomorisco o el Charco Morisco en Pinofranqueado.
Detendremos el tiempo para pasear por El Gasco, asomarnos a los miradores de El Melero, Las Carracas o La Pregonera. A través de sus grabados rupestres, el barrio judío de Casar de Palomero o el Despoblado de Las Batuequillas saldaremos justicia con la historia.
Majadas, corrales, paredores, eras, chiqueros o bancales nos mostrarán olas de piedra y pizarra seca en las que la mano del hombre busca domar la naturaleza.
Se nos abrirá seguro la boca contemplando sus cielos, asomándonos a su volcán y castañearemos al recordar a la chancalaera o la encorujá para terminar concluyendo que, aunque no lo parezca, La vaca vence a la sierpe.
Será imposible no divertirse en la chicharrona o la calvotá, en su carnaval, mientras escuchamos el tamboril, la chirimía, la gaita o las castañuelas. Entre cántaros, tinajas, botijos de barro, cestos, canastas o sombreros de bálago, acumularemos recuerdos y enseñanzas imborrables.
Nos encantará bailar los ramos, el sindo, el picau jurdanu, la espiga, la jota jurdana, la mona, los palos, el baile de las morcillas o la botella.
Oiremos a jinchapelleju, el silencio de esa tierra que Unamuno describió como “hija de los hombres”. Una comarca de fuerza infinita que ha sabido sobreponerse a la injusticia y el abandono con orgullo y tesón. Y sabremos que este golpe será uno más del que levantarse en verde.
Retornaremos (quizás nunca nos hayamos ido) porque dicen que uno no se se va de los lugares donde fue feliz.
Nuestro corazón, hoy más que nunca, en el norte extremeño.