26 Junio 2021, 9:33
Actualizado 26 Junio 2021, 09:33

El arzobispo de Mérida-Badajoz, Celso Morga, ha manifestado, con motivo de la entrada en vigor de la ley de la eutanasia, que "no estamos ante una excepción puntual a una norma o a un sentir generalizado", sino "ante una concepción de la vida" que "no admite el sufrimiento", y "eso hace socialmente peligrosa a la eutanasia" indica en un artículo en la página web de la archidiócesis y en el nuevo número de la publicación "Iglesia en camino".

"La eutanasia no es una puerta abierta para acabar con el sufrimiento en situaciones puntuales, es una concepción de la vida que no admite el sufrimiento y la enfermedad, y esa inadmisión es gradual",

Según Celso Morga, "hoy entran ahí enfermos terminales cuya situación personal de dolor y soledad les lleva pensar que su vida no es digna y mañana entrarán, como ya está pasando en algunos países, niños por los que decidirán los mayores considerando un deber ético su eliminación en virtud de la 'vida indigna' que padecen".

En su artículo alude al libro "Eutanasia. 100 preguntas y respuestas", editado por la Conferencia Episcopal Española, donde se señalan los argumentos con los que "se suele promover la legalización de la eutanasia y su aceptación social".

El derecho a la muerte digna, expresamente querida por quien padece sufrimientos atroces; el derecho de cada cual a disponer de su propia vida, en uso de su libertad y autonomía individual; y la necesidad de regular una situación que existe de hecho, ante el escándalo de su persistencia en la clandestinidad, menciona.

También el progreso que representa "suprimir la vida de los deficientes psíquicos profundos o de los enfermos en fase terminal, ya que se trataría de vidas que no pueden llamarse propiamente humanas"; y la manifestación de solidaridad social que significa "la eliminación de vidas sin sentido, que constituyen una dura carga para los familiares y para la propia sociedad".

Para el arzobispo, estos argumentos "nos desvelan que la legislación se aleja de una concepción auténticamente humana y cristiana de la vida, que ha dado forma a la sociedad occidental durante siglos".

"Pensar que cada uno es dueño de su vida y que pueda disponer de ella libremente supone negar la conexión íntima que esa vida individual tiene con toda la comunidad de los hombres y supone negar a Dios como el origen de nuestra existencia", expresa.

Este principio, a su juicio, nos sume en "una terrible soledad, ayuna de sentido, en la que estamos nosotros con nuestro dolor sin más ayuda externa que facilitar nuestra eliminación física".

Defiende que negar ese "supuesto derecho" a la eutanasia no conlleva en manera alguna mirar para otro lado cuando el sufrimiento se hace muy cuesta arriba, "significa buscar alternativas médicas en los cuidados paliativos", que ayudan al enfermo a llegar al término de su vida acompañado por su entorno familiar y auxiliado por las atenciones médicas, "en lugar de eliminar personas en base a la dignidad de la vida humana".

"Mucho más terrible es considerar que hay vidas que no son dignas debido a una enfermedad psíquica o a una limitación física. Toda vida es digna", agrega el arzobispo, para quien algunos hacen del "progresismo una nueva religión, cuyo dogma indiscutible es el individuo que debe gozar de la vida sin dolor ni enfermedad, ni límite moral alguno".

Y rescata las recientes palabras del escritor francés M. Houellebecq: "un país -una sociedad, una civilización- que llega a legalizar la eutanasia pierde, en mi opinión, cualquier derecho al respeto". 

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El Congreso de los Diputados apoya por mayoría la eutanasia

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