¡No quiero palomas tristes!
¡Hijas, a los remos!
Desde las finas arenas del Nilo, once mujeres doncellas de inmaculado blanco llegan huyendo a las costas de Grecia de un matrimonio obligado.
Mi delito, Zeus, no es delito de sangre.
Mi delito es no querer sentir el sudor de los hijos de Egipto,
mis primos y dueños,
gozando, lascivos, las dunas de mi pecho.
Pajarillos perseguidos por halcones que corren a refugiarse a los altares, ¡como si los dioses pudieran protegernos de algo!
Son los hombres, señores, los hombres de labios libres y las mujeres valientes que les acompañan quienes nos salvan. Hombres como Pelasgo, rey de Argos: un inmenso David Gutiérrez con voz de terciopelo. "En mi casa hay leyes inviolables. Aquí nadie es dueño de nadie", grita a la manada de machos hululantes al olor de la presa.
Hombres honrados y mujeres libres como Carolina Rocha (Corifeo de Danaides). "Hoy, por fin, nuestro mensaje se ha encontrado con su público", decía tras el estreno. Y su público, un teatro lleno con las entradas agotadas, entendió. "Es emocionante como la obra conecta con lo que está pasando", se asombraba la grada. Y es que esa es la magia del Romano. La semana pasada con 'Edipo' ardía Grecia. Esta, cuando 'Las suplicantes'' toman la palabra en Mérida, el Estado Islámico ha entrado en Kabul y amenaza a miles de mujeres afganas.
"¡Madre, del suelo me quiero arrancar!
¿Por qué debo arrastrar mi vida?", llora Ceres en la garganta de Celia Romero.
Hace 2.500 años Esquilo y Eurípides ya hablaban de nosotros y sabían que, una y otra y otra vez, cometeríamos los mismos errores.
Malditas guerras... Maraña de filos hirientes que empaña la humanidad.
Alguien viene llorando. Son las madres de los soldados muertos en la guerra contra Tebas: "Yo tenía un hijo que era soldado. Yo tenía un mar de brío", s lamenta inmensa la Corifeo Madre. "Yo tenía..." Y yo, pero no le conocí nunca porque lo tiraron a una mina con dos tiros en la cabeza.
¿Qué ley despiadada
condena a un cadáver
a ser olvido
y pasto de fiera salvaje?
Las leyes de los humanos, que se creen dioses. Pero has de saber, España, que no eres mejor que Camboya. Tus campos apestan a muerto, a sangre, a pena. "Sólo espero que esto que decimos sobre el escenario llegue a quien tiene que llegar", deseaba María Garralón durante la rueda de prensa. Hace 25 siglos el mensaje llegó a Teseo (Valentín Paredes), justo rey de Atenas: "Vine a enterrar a los muertos". Enterrar a los muertos, cubrirles de arena, darles un último beso.
Abuelo, ¿me escuchas?
Tu nieta te está llamando.
"Nos sentimos orgullosas portadoras de palabras que vienen cabalgando por el aire desde hace miles de años", confesaba una emocionada Eva Romero, directora de escena. Palabras de amor y dignidad, que desnudan el alma y dejan al corazón tiritando. ¿Cómo es posible que los griegos entonces ya lo supieran y nosotros los hayamos olvidado?
¡Qué inmensa ignorancia cabe en una vida tan pequeña!
"Es preciso rescatar las humanidades", pedía en el peristilo Silvia Zarco, madre de tinta de 'Las suplicantes'. "Es tiempo de reflexión". De conllorar juntos en el teatro. Es tiempo de abrir minas y cunetas para que del horror nazcan flores.
O habré de parir tu memoria.