Las familias que han sufrido ingresos y muertes por Covid lo tienen claro: hay que cumplir las restricciones, por el bien de todos, y por eso estas Navidades se reunirán lo justo. Los abrazos, dicen, pueden esperar. Y eso que siempre han sido imprescindibles para sobrellevar el dolor de la muerte de un familiar.
Es el caso de Jacinta, una vecina de Jaraicejo que no pudo acudir al entierro de su marido porque también ella tenía la enfermedad y estaba confinada. "Estuve sola, mis hijos no pudieron venir ninguno y no pude ir a despedirme de él", relata. Días después de morir su marido, la ingresaron a ella. Su única compañía en este camino fue la del teléfono.
Dolor y distancia
Jacinta y su marido, Dionisio, emigraron a Madrid y regresaron al pueblo para vivir más cerca de sus raíces. Sus hijos tenían la vida y el trabajo lejos. Gema, en un pueblo de Toledo, y Jesús en Leganés. Ambos estaban también confinados cuando su padre enfermó y tuvieron que seguir el funeral a través del teléfono. "Seguí el entierro de mi padre con mi madre por teléfono, para que no estuviera sola, aunque fuera hablando por teléfono", explica Gema.
Esta experiencia les ha hecho tener mucho respeto por el virus. Por eso este año, en su caso, las fiestas navideñas serán como marca la ley.