Arqueólogos y antropólogos de la Junta de Extremadura, de la Universidad de Granada y del Instituto de Biología Evolutiva del CSIC estudian los restos de un singular enterramiento hallado en el centro de Mérida, el de nueve mujeres jóvenes inhumadas en torno al siglo V con ricas joyas de oro y plata, por lo que ya son conocidas como las “nueve princesas bárbaras”.
“La imaginación puede volar”, reconoce uno de los arqueólogos protagonistas de este hallazgo, Francisco Javier Heras Mora, pero hasta que no terminen estas investigaciones, solo hay dos cuestiones que para él son indiscutibles: se trata de jóvenes nobles y extranjeras.
Javier Heras es autor, junto a Ana Belén Olmedo, del estudio “Novedades en la necrópolis tardorromana de Mérida: las princesas bárbaras”, que recoge la descripción de este “excepcional hallazgo” arqueológico en un solar de 5.000 metros cuadrados en la céntrica calle Almendralejo.
“No se corresponden en absoluto con la tipología de orfebrería del mundo romano”
En declaraciones a Efe, Heras explica que las joyas halladas en este conjunto de tumbas “no se corresponden en absoluto con la tipología de orfebrería del mundo romano” y sí con la de otros yacimientos hallados en el área del Mar Negro o el bajo Danubio.
Eso y el enterramiento conjunto ya explica que se trata de “un grupo de personas que vienen de un mismo sitio y son enterradas aquí”, pertenecientes a una “aristocracia foránea”, porque “no porta esos ajuares de oro cualquier ciudadano que venga de la parte oriental de Europa” dentro del periodo de las grandes migraciones o de las invasiones bárbaras, entre el siglo III y el siglo VII, que provocaron la caída del Imperio Romano.
En España hasta ahora no se ha encontrado ningún enterramiento similar, a diferencia de lo que ocurre con necrópolis descubiertas en Francia, Alemania o Austria, en el camino de las conquistas que los pueblos bárbaros hicieron desde la Europa Oriental hasta la Península Ibérica y el norte de África.
“No podemos decir que las chicas son suevas, alanas o vándalas”, según Javier Heras, para quien “en arqueología todo son formulaciones teóricas hasta que se van demostrando”.
Por eso, como son aristócratas y extranjeras, una de las hipótesis que se formula es que las nueve princesas bárbaras podrían pertenecer a la corte que acompañó al rey suevo Requila , que tomó la ciudad de Mérida en el año 439 y se instaló en ella hasta el 448, pero esto lo tendrán que demostrar ahora los estudios de ADN que se le harán a los huesos.
Estudio de ADN
Javier Heras está convencido de que los análisis antropológicos y de ADN permitirán conocer el origen de las mujeres y el grado de parentesco que tienen entre ellas, así como establecer los lazos familiares que pueden unirlas con otros grupos de personas enterradas en necrópolis similares de Europa, para formar una especie de “árbol genealógico” que permita conocer a esas élites que lideran las invasiones bárbaras que partieron del área del Mar Negro.
“Eso estaría genial”, reconoce, pero “además sería doblemente fantástico si a partir del ADN pudiéramos conocer si tienen ascendencia de otras regiones y cómo se han ido mezclando todas esas raíces”, lo que permitiría arrojar mucha luz sobre los pueblos a los que pertenecían y de donde venían.
Heras está convencido, porque “contamos con los mejores especialistas”, de que “los resultados de los análisis nos van a dar bastante información, no solo de quienes eran” esas nueve princesas bárbaras, “sino incluso de qué murieron y en qué circunstancias” en unos tiempos en que la esperanza de vida del ser humano era muy corta.
Lo que sí esta claro para este arqueólogo por lo encontrado en la excavación es que estas nueve muchachas extranjeras enterradas en Mérida, “algunas de ellas muy jóvenes y otras no tanto”, vestían claramente a la moda de los pueblos bárbaros y no seguían en absoluto los cánones de la indumentaria romana.
Esto es así por las láminas de oro que han aparecido en el reborde de los mantos y por las “fíbulas” halladas en las tumbas, una especie de broches con los que se los sujetaban, un patrón de vestimenta que se repite en todas esas necrópolis de la Europa Oriental y en las que fueron dejando los pueblos bárbaros en su camino hacia occidente, según explica Heras.
Vasto territorio de Emérita Augusta
Todo lo encontrado en esta excavación está custodiado en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida mientras se procede a su investigación, según el director del Consorcio de la Ciudad Monumental, Félix Palma, para quien este hallazgo es “excepcional” en el contexto de la historia de Mérida y su estatus como capital hasta el siglo X.
“Emerita Augusta” fue la capital de la provincia romana de la Lusitania, pero más tarde, con la reformas de Diocleciano, se convirtió, a partir del año 298, en la capital de las Hispanias, con un territorio que abarcaba toda la península ibérica y la Mauritania Tingitana, situada en el noroeste de África, de ahí la importancia que los pueblos bárbaros le dieron a su conquista.
Palma recuerda que Mérida fue capital de los alanos durante un periodo corto de tiempo y que el rey suevo Requila estableció en ella su sede regia durante casi diez años, un estatus que también ocupó en el periodo visigodo hasta que estos decidieron trasladar la capital a Toledo.
“La grandilocuencia de la Mérida romana lo absorbe absolutamente todo”, a juicio de Palma, y hace que no se conozca la importancia de la ciudad en otros periodos de su historia, algo que las nueve princesas bárbaras nos vienen ahora a recordar.