En las últimas décadas los océanos también están mostrando síntomas de calentamiento. De hecho, parece que la corriente del Golfo, aquella que regula los inviernos en la fachada occidental europea, se está debilitando de forma notable. Un hecho del que no se tiene constancia en el último siglo y medio y que acarrea importantes consecuencias meteorológicas.
La corriente del Golfo es un potente flujo oceánico que atraviesa todo el Atlántico norte. Se forma en el golfo del Caribe (de ahí, su nombre) y recorre de forma paralela buena parte de la costa de Estados Unidos. Por acción de la rotación terrestre, este flujo se desvía hacia la derecha de forma progresiva, hasta tocar Europa. Nos trae aguas tropicales, muy cálidas, la cuales hacen que los inviernos de Europa occidental y los de España, en particular, no sean tan rigurosos como en el continente americano. Además, estas aguas aportan numerosos nutrientes que dan como resultado una flora y una pesca marina muy variada y abundante.
Recientes observaciones muestran que esta corriente de aguas tropicales está más caliente de lo debido. Según imágenes de satélite, se aprecian anomalías de temperatura de 6 a 8ºC, según zonas. Esto es, que está entre 6 y 8ºC por encima de lo habitual.
Este exceso puede repercutir en un aporte extra de energía en forma de calor no sólo a otras zonas del mar (que aumentaría su evaporación), sino también a la atmósfera (que realimentaría centros de bajas presiones como las borrascas o los ciclones). De hecho, se ve una clara relación entre un Atlántico tropical más caliente de lo habitual y la intensidad de los temporales de lluvia en la parte occidental peninsular.
Y no sólo eso. Que el agua superficial del mar esté más cálida en latitudes situadas más al norte acentuaría los temporales de nieve en todo Norteamérica, como el que se está viviendo estos días. Es más, la corriente del Golfo actúa como barrera entre estas dos aguas oceánicas, actuando a modo de barrera de contención.
Los investigadores también tienen puesta la vista en el fenómeno de La Niña. Éste se trata de enfriamiento de las aguas centrales del Pacífico y que los últimos estudios demuestran que su comportamiento repercute a nivel mundial.
Desde el paso mes de diciembre, estas aguas oceánicas están entre 1 y 2ºC más frías de lo habitual. Y en el mes de enero se mantuvo esta tendencia. Y no sólo en los primeros metros, sino también en los primeros centenares. Se sospecha firmemente que el déficit de temperatura en una zona hace que la otra se caliente en busca de la compensación energética.
Pero volviendo al tema principal, la corriente del Golfo es parte de un complejo engranaje de corrientes oceánicas. Una vez que se dirige hacia el centro del océano, se divide en dos: una rama se encamina hacia las Canarias y la otra hacia el norte de Europa. Allí, al volverse más fría, se hace más densa y regresa hacia el trópico bordeando Norteamérica, cerrando así el ciclo.
Se forman, por tanto, dos zonas bien diferenciadas en el Atlántico norte: una anexa a las costas norteamericanas influenciada por toda el agua cálida tropical procedente del golfo de México; y otra, más fría, originaria del Atlántico norte. La primera es superficial y, por tanto, poco densa; la segunda, más profunda y más densa.
Los datos observados por los satélites no dejan lugar a la duda: en el último medio siglo la corriente del Golfo ha experimentado un calentamiento, incrementándose en la última década; y la corriente del Atlántico norte se enfría a un ritmo jamás estudiado. La diferencia entre estas dos temperaturas, que no ha parado de crecer en este siglo XXI, da una idea del cambio de patrón que se está dando en el océano.
La NOAA (la autoridad meteorológica estadounidense) ha sido capaz de reconstruir, mediante herramientas matemáticas basadas en la estadística, este desajuste hasta mediados del siglo XIX. Y la conclusión es la que pese a la incertidumbre de los datos históricos, la temperatura de la corriente del Golfo mantiene una clara tendencia a la baja, lo cual indica un debilitamiento.
El por qué de este fenómeno aún está en duda, aunque se sospecha firmemente que detrás de él está el derretimiento de los hielos del Ártico que aportan una gran cantidad de agua dulce, reduciendo así la salinidad y, por tanto, la densidad del agua oceánica. Esta situación evita el hundimiento del agua fría que cierra toda la corriente transporte, bloqueándola.
De detenerse por completo, escenario en mi parecer, un tanto utópico, el hemisferio norte sufriría un enfriamiento generalizado. Las anomalías muestran valores de más de -5ºC en las latitudes árticas y superiores a los -3ºC en las nuestras, las de la península. Pero aquí no acabarían las consecuencias: los anticiclones y las borrascas también se verían afectados y posiblemente los inviernos serían mucho más fríos y severos en Europa y en Norteamérica.
Como ocurre en estos fenómenos vinculados al cambio climático de origen antrópico que estamos padeciendo, los efectos más drásticos no los veremos esta semana, ni la que viene… ni el mes que viene, ni el próximo año. Se verán a lo largo de las décadas. Seremos testigos, una vez más, de la alteración que hemos provocado en el planeta.