Un gran Antonio Ferrera ha salido hoy a hombros del coso de Olivenza tras protagonizar un rotundo triunfo e indultar también a un bravísimo ejemplar de Victorino Martín, que, sin duda, fue el cenit a una gran mañana de toros en este municipio pacense.
Un toro extraordinario en todos los órdenes, de nombre Madero, número 52, de 578 kilos y nacido en enero de 2017, frente al cual Ferrera llevó a cabo los pasajes más rotundos de su actuación ante una corrida de Victorino muy bien presentada, con cuajo y hechuras, salvo el sobrero cuarto, que, además, brindó un gran espectáculo.
Y con ellos, brilló Antonio Ferrera de principio a fin, luciéndolos en los tres tercios, y sintiendo el toreo, con un sentido del temple que en este torero es todo un paradigma.
Cómo sería la cosa que el presidente -Antonio Mesa Pérez- no se hizo de rogar cuando aparecieron los pañuelos en los tendidos pidiendo el indulto de "Madero". Raudo sacó el pañuelo naranja porque esos honores merecía un toro de bellas hechuras y que en su lidia demostró una bravura consistente y una clase magnífica.
Fue un toro bajito, cárdeno oscuro, acapachado, un bellezón que, a diferencia de sus hermanos, sí se dejó torear con el capote. Muy emocionante el puyazo: lo puso muy largo Ferrera, galopó el animal y el gran picador que es José María González, sin llevar la suerte hecha, citó con el palo cogido por la mitad para cobrar un gran puyazo.
En la muleta respondió al anima desde la primera arrancada, con mucha transmisión y tomando muy humillado el engaño de un Ferrera en las primeras series por el izquierdo de tanta intensidad como sabor.
Con la diestra, pero sin montar la espada, la faena fue cogiendo tintes de clamor por lo extraordinario del toro y la entrega total del torero. Tanda a tanda, aquello fue creciendo, y en eso que se comenzó a pedir el indulto, que merecidamente se concedió.
El resto de la mañana tuvo también gran interés, y Ferrera, además de torear bien de verdad, sin dejarse enganchar la muleta y llevando a los seis toros siempre hacia delante, dejó palpable su condición de figura del toreo.
Como cuando compartió tercio con sus banderilleros ante quinto y sexto, o cuando se subió al caballo ante este último para cobrar un gran puyazo. Pero lo fundamental fue lo bien que toreó, y la comunión que consiguió con los tendidos. También la generosidad para lucir a los seis astados en varas, dejándolos muy largos para verlos galopar.
Lo bueno de las corridas de Victorino Martín es la personalidad de esos toros, que cada uno es distinto y cada uno se recuerda. Tuvo clase el que abrió el festejo, humillador y embistiendo al ralentí la muleta, como hacen los "victorinos" buenos, al que correspondió el torero con una faena larga y templada. Cortó la primera oreja.
Ante su segundo, basó su faena en la colocación, la ausencia de toques y, alternando ambos pitones, lo llevó por abajo. Faena bien planteada y resuelta. Fue ovacionado.
Toro nada fácil el tercero, pues reponía por ambos pitones aunque más por el izquierdo, por lo que tenía que perderle pasos. Lo llevó hacia delante y superó las complicaciones del animal. Oreja.
Las hechuras del sobrero lidiado en cuarto lugar, un toro montado, le impidieron humillar. Iba y venía y Ferrera le hizo una faena larga, muy entregado, valiente y con buena colocación. Oreja.
Mansote el sexto, el animal soltaba la cara y en su querencia de chiqueros lo toreó Ferrera tapando sus defectos, que eran no ir hasta el final y salir con la cara a media altura. Ovación final.