Olha abre la puerta de la que desde hace menos de una semana es su casa con una tímida sonrisa en la cara. Hace pocos días que llegó junto con su hija Hanna y su nieto tras huir del horror de la guerra en Ucrania y ahora ha conseguido un nuevo hogar para su familia a tres mil kilómetros de distancia, en Logrosán.
Pero desde que llegaron, tenían claro que querían trabajar cuanto antes para dejar de depender de la solidaridad ajena. Y también lo han conseguido: Hanna ya tiene trabajo en la residencia de mayores del pueblo. En la residencia ha sido muy bien acogida, porque "todos están poniendo de su parte y ella también tiene muchas ganas de aprender", explica la coordinadora del centro, Pilar Manzano.
Olha y Hanna respiran hoy más aliviadas, y muy agradecidas. Nos transmite sus palabras su compatriota Vittoria, afincada en Logrosán desde hace 4 años y volcada también en ayudarlas: "Agradecen mucho que en una semana hayan podido tener casa y trabajo", nos explica.
Y es que los vecinos de Logrosán se han volcado con los refugiados ucranianos. Entre ellos, Isabel Villa, presidenta de la Asociación FEMAR, que no dudó en ponerse manos a la obra desde el principio: "Varios vecinos nos animaron a hacer algo desde la asociación, y pudimos traer a esta primera familia a los 22 días del inicio de la guerra", explica.
No es la única. Vira apenas lleva tres días en Logrosán. Cruzó la frontera por Hungría junto con sus hijos Arina y Yevhen. Ahora, aunque se siente a salvo, el sentimiento de gratitud se mezcla con el dolor de haber dejado su vida allí: "Estamos muy felices porque mucha gente quiere ayudarnos aquí, aunque es muy difícil para nosotros", confiesa entre sollozos que contrastan con la sonrisa de su hija, sorprendida por lo "bonita y grande" que es su nueva casa.
Y es que cuando hay predisposición y ganas de ayudar, todo es posible. También que el pequeño Arten, que con apenas cinco años ya ha conocido una guerra, vuelva a sonreír en un nuevo país.