Marcelo Muñoz fue uno de los 385.000 extremeños que se vio obligado a emigrar a la capital del España, pero su historia dista mucho de ser común. Haciendo uso del mayor patrimonio con el que contamos, el esfuerzo, logró que su aventura llegara a ser todo un triunfo. Un éxito que se prolonga a día de hoy en manos de sus sucesores.
Allá por 1948, cuando se inauguraba el primer pueblo de colonización extremeño, Valdelacalzada, Marcelo se aventura a conquistar en autobús la ciudad del Manzanares. Hasta Madrid llegó con 38 años con su mujer Jacoba y su prole procedente de Cabezuela del Valle. Sin recursos que le permitieran comprar o alquilar una vivienda, construyó para su familia una chabola en lo que entonces eran los arrabales del Cruce de Villaverde.
Y en aquella España de la posguerra y acostumbrado al campo, hubo de reinventarse. Su primer trabajo sería como mampostero. Aprendió rápido y pronto sería un destacado oficial. De ahí paso a comprar fruta y poco a poco con lo que iba ganando -y ahorrando- consiguió poner una tienda en el barrio de Villaverde.
Allí gestan su alma comercial y su espíritu emprendedor sus hijos Luis y Francisco que poco a poco van ampliando el comercio para dar salida a productos cárnicos y de charcutería. Género en muchos casos procedente de aquella Extremadura con la que continúan teniendo lazos. La idea funciona tan bien que les anima a salir a la calle a vender jamones y embutidos logrando hacerse con una red de distribución más que considerable por toda la zona de Sur de Madrid . Pondrían nombre a su frutuoso empeño fundando la empresa familiar Marcelo Muñoz e Hijos S.A
En agosto de 1978 lanzan su gran apuesta: inauguran el primer Museo del Jamón en el Paseo del Prado convirtiéndose en el primer restaurante temático de España. Precios económicos y productos de calidad en un modelo de negocio que supone una gran innovación y, sin duda, todo un acierto. Paulatinamente fueron abriendo en distintas y señeras zonas de la capital: la calle Atocha, Gran Vía, Alcalá... Desde entonces cualquiera de sus locales son parte de la historia madrileña.
El abuelo Marcelo -cuya imagen paradójicamente figura en el logotipo del Museo- no fue muy amigo de la idea, ya que el patriarca no contaba con la hostelería como el futuro idóneo para sus vástagos. Hubiese preferido una ingeniera o una carrera de Medicina...Pero no fue el único opositor. Hubo quién les vaticinó que no durarían ni tres meses. Nada más lejos de la realidad. La empresa consiguió un espectacular crecimiento y se convertiría en todo un referente para turistas y madrileños. La firma ha llegado a contar con hasta seis establecimientos en la capital, si bien la pandemia también les pasó factura y les obligó a cerrar temporalmente cuatro de ellos.
La inconfundible imagen de sus comedores, con las patas colgadas del techo, han sido lugar de peregrinación obligada para turistas y nacionales, atraídos por el bajo coste y la excelencia de sus cañas o bocadillos. No es erróneo decir que conforman una de las marcas comerciales más reconocidas de nuestro país tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Una empresa que continúa en la familia, en manos de la tercera generación, con un presentador de televisión y ex Míster España entre sus herederos, Luis Alfonso Muñoz, pero idéntica visión de sacrificio y esfuerzo que la de sus predecesores.
Ya lo dicen, Del Museo del Jamón al cielo...pasando por Cabezuela del Valle (añadiríamos nosotros).