"Tengo negocios que dirigir yo sola" . Eso dice la letra de Nathy Peluso que acompaña a la pasarela que abre paso a Julio César en Mérida. Cuando por fin aparece, la diva argentina, Moria Casán, enfundada en un traje galáctico de chaqueta y pantalón, se muestra tan poderosa como imaginamos que sería el militar romano. Pero esta vez, sin tener ningún secreto entre las piernas.
A Shakespeare se le escucha hablar por todo el escenario como en 1599, gracias a una espléndida Casio (Malena Solda) y a unas destacables Casca (Vivian el Jaber) y Bruto (Alejandra Radano)
A Shakespeare se le escucha hablar por todo el escenario como en 1599, gracias a una espléndida Casio (Malena Solda) y a unas destacables Casca (Vivian el Jaber) y Bruto (Alejandra Radano), que una vez entradas en conjura, pueden perfectamente recitar a Shakespeare sin desatender sus redes sociales. Los chistes venían al caso y ya sabemos que hacer reír es un asunto mucho más serio y complicado que desgarrar al público entre sollozos.
Trap, anfetaminas y Aperol Spritz para contar que las pasiones que siempre han movido al mundo no han cambiado
No era fácil, si no se conocía el texto clásico (la trama se la sabe todo el mundo), adivinar quién hablaba cuando todos estaban en escena. Y no ayudaba tampoco el vestuario diseñado por Köstume, una de las firmas más punteras de Argentina. Sí permitía, es cierto, distinguir entre conjurados y traicionados, pero muy poco entre papeles masculinos y femeninos, algo que se habría agradecido, sobre todo cuando se trata de personajes travestidos. Pero es que el director, José María Muscari, ya lo había advertido: su relato no es otro que el de contar que las pasiones y los sentimientos que mueven al mundo no han cambiado. Y que no solo dan igual los miles de años que hayan pasado, sino que también es indiferente que los dueños de esas pasiones sean hombres, mujeres o lo que cada uno sienta que es.
Y así va transcurriendo la obra de la compañía Complejo Teatral de Buenos Aires, entre anfetaminas y Aperol Spritz. A ritmo de trap, se habla de traición, amistad, lealtad y se descubren amantes secretos. Es la banda sonora la que sirve de hilo para conectar los sentimientos de nuestro siglo con los mismos que hicieron vivir, soñar, vibrar y morir a los amigos y enemigos de Julio César. A veces, se echa de menos que las letras de Peluso, Rosalía o C.Tangana se escuchen durante más segundos, pero todas las veces que suenan, lo hacen con sentido. Como sentido también tienen los soliloquios de los dos hombres travestidos para encarnar a las mujeres de Julio César y Bruto, Calpurnia (Mario Alarcón) y Porcia (muy acertado en su trabajo Mariano La Torre). Ambos salen del texto de Shakespeare, en parlamentos paralelos, para reflexionar sobre la vulnerabilidad inmutable de la mujer a través de los siglos.
Hablen como hablen, los clásicos nos siguen hablando
Es un Julio César que, como ya hemos dicho todos los medios, habla en argentino. Dice boludo, pelotudo y chapurrea, además, algo de italiano, porque ya se sabe que Argentina e Italia tienen mucho que ver, y no solo en la prosodia. Pero acentos aparte, lo que nos enseña cada noche de Festival es que los clásicos nos siguen hablando. Y que, hablen como hablen, siempre es bueno escucharles (sobre todo si es en el Teatro).
Cuando terminó la función de anoche (que fue el estreno) y se callaron los aplausos (no fueron tantos los minutos como sucede cuando vienen divos españoles, más allá de la calidad de la obra que ofrezcan) , mi cámara y yo elegimos, desde la tribuna de prensa, varias caras para sondear las primeras sensaciones. Aparte de los muchos "sorprendentes, inesperados, chocantes" y otros adjetivos parecidos que logré apuntar mentalmente en casi todas las reacciones, hubo una chica de Mérida que nos dijo que no le había gustado y que aquello "no era Teatro Clásico", pero que igualmente había que "seguir viniendo al Festival de Mérida, siempre". Y hubo otro chico de Sevilla que opinó que al "Teatro hay que venir leído y sabiendo un poco de Literatura. Porque aquí estaba Shakespeare, y sus soliloquios, propios de todo su siglo y estaba también muy bien logrado el desarrollo psicológico de los personajes". Y que la gente, añadió, podría no quejarse tanto.
No fueron tantos los minutos de aplausos como sucede cuando vienen divos españoles, más allá de la calidad de la obra que ofrezcan
¿Ser o no ser leído? ¿Entender o no entender la trama? ¿Saber mucho o no saber tantísimo de Teatro? ¿Que te guste o no te guste? Esa es la cuestión. Querido Shakespeare: ¿a ti, que eras un cachondo muy inteligente, qué te pareció?