Un incendio de grandes dimensiones deja tras de sí un paisaje que parece condenado al silencio. Pero aunque a simple vista todo parezca perdido, la vida siempre encuentra el modo de abrirse paso.
Entre los restos carbonizados, comienzan a despuntar los primeros brotes verdes. Es el inicio del proceso natural de regeneración del ecosistema. “Las colonizadoras empiezan a brotar, fundamentalmente de raíz o de rizoma y también de semilla. Aquí están empezando a salir efectivamente las primeras herbáceas”, explica José Antonio Bayón, director general de Gestión Forestal.
A su ritmo, el matorral volverá a ocupar su espacio, especialmente la jara, una especie pirófita que necesita del fuego para germinar. También las quercíneas, como los robles y alcornoques, muestran su capacidad de resistencia. “Por ejemplo, este pequeño alcornoque que estaba sin desbornizar tiene brotes adventicios por todo el fuste. Y con los robles pasará un tanto igual: si no han tenido una gran afección en la parte aérea, también van a empezar a brotar”, añade Bayón.
En paralelo, el arrastre de cenizas a los ríos es una consecuencia inevitable. Sin embargo, la regeneración vegetal será clave para evitar la pérdida total del suelo. “En la medida en que las lluvias sean tranquilas, de poca intensidad, que vaya permitiendo la regeneración del suelo gran parte del material podrá ser retenido en la montaña, en los ecosistemas. Si las lluvias llegan más repentinas, más torrenciales, va a lavar más rápido pero vamos a perder más material que va a acabar en los ríos", advierte Gerardo Moreno, profesor de la Universidad de Extremadura.
El verdadero riesgo está en los embalses, donde los sedimentos pueden acumularse durante años. La naturaleza, sin embargo, tiene su propio ritmo. No entiende de prisas. El tiempo, la lluvia y la vegetación harán su parte. Solo hace falta paciencia: el verde volverá.