¡Ay, Filomena! ¡Como para olvidarte! Dice el Instituto Nacional de Estadística que 8.227 mujeres llevan tu nombre, pero yo no recuerdo haber conocido a ninguna. Eso sí, estas ocho letras así ordenadas ya no se me despintan. Filomena, la “Filo” para los amigos. Así bautizó la Agencia Estatal de Meteorología a la sexta borrasca de gran impacto para la temporada 2020-21. ¡Y vaya si impactó! A su paso dejó un reguero de nevadas de más de 30 centímetros en el centro peninsular, un diluvio en las costas malagueñas con más de 200l/m2 en menos de 24 horas e importantes aguaceros en el norte de Canarias. Sin olvidarnos de las víctimas mortales y de los daños económicos producidos que vienen a dar otra vuelta más de tuerca en estos meses tan complicados.
Desde finales de año los meteorólogos mirábamos de reojo lo que se podía cocer para el día de Reyes (¡y no era un roscón!). Los modelos apuntaban ya la posibilidad del avance de una borrasca por el suroeste (cálida y húmeda) que, al interaccionar con aire frío en altura, podría traer como consecuencias importantes precipitaciones, algunas de ellas en forma de nieve. Y mira. Poco fallaron. Sin embargo, la causa original de la formación puede estar vinculada en los niveles altos de la atmósfera: en la estratosfera.
Del colegio aprendimos que la atmósfera es el manto gaseoso que envuelve un planeta, en particular, la Tierra. Esta capa de aire no es homogénea. Tiene varios pisos, como si fuera un bloque de vecinos, cada uno de ellos con sus peculiaridades.
El piso bajo es la troposfera. Es la capa de la atmósfera en la que vivimos y que se extiende hasta unos 10km de altura, aproximadamente (en el Ecuador hasta los 15km y en los Polos, 8km). La característica fundamental de la troposfera es que la temperatura desciende progresivamente con la altura (cuando esto no ocurre hablamos de inversión térmica y se da en las primeras decenas de metros sobre el suelo y, sobre todo, en invierno). El primer entrepiso es la tropopausa y allí se rompe la tendencia a la baja de la temperatura y se suele decir (mal dicho) que es el techo de la atmósfera.
En el segundo piso se invierte el comportamiento de la temperatura: se calienta cuanto más alto vayamos. Estamos en la estratosfera y se extiende de unos 10km hasta unos 50-60km. A su mitad se encuentra la capa de ozono, la cual absorbe toda la radiación ultravioleta y provoca ese caldeamiento comentado.
Hay corrientes de aire que llegan hasta la estratosfera, como muestra el dibujo, cerrando el circuito aéreo y habiendo un importante flujo de energía en forma de calor entre las dos capas. Fíjate en esas corrientes descendentes que hay en los dos polos. Esas son nuestras protagonistas.
Esas corrientes al descender hacia la tropopausa lo hacen al mismo tiempo girando de oeste a este, como lo hacen las borrascas en el Hemisferio Norte. A esta circulación se le denomina “vórtice polar” y, cuando está fuerte “mantiene a raya” todo ese aire frío estratosférico. Pero no siempre está a tope: flaquea en verano, pero toma fuerza en invierno. Y tampoco siempre es así, depende del aire frío que le llegue desde arriba. Es su alimento. Cuanto más frío esté, mejor. Más frigorías (permíteme la licencia) tiene para su alimentación.
Si está bien alimentado, tendremos un vórtice polar bien redondito y rollizo; si no, perderá consistencia y se desparramará hacia latitudes más bajas llevando arrastra todo el aire frío y realimentando a las borrascas que se encuentren en nuestras latitudes.
En la atmósfera nada es estático. La estratosfera hay épocas en las que está fría y otras, más caliente. Cuando se calienta más de lo habitual y en poco tiempo, hablamos de un calentamiento súbito estratosférico. Su nombre lo dice todo. Hablamos de un ascenso de más de 30ºC en apenas dos semanas. Es una barbaridad ya de por sí y más teniendo en cuenta que en invierno el Ártico está a oscuras. Así que ese calor no es de procedencia solar, sino de interacción con las capas inferiores. Estos episodios se dan unas seis veces por década; más o menos uno cada año o cada dos años. Sin embargo, hay estudios que indican que podrían ser más frecuentes debido al actual cambio climático de origen antrópico. En otras palabras: que podrán ser cada vez más habituales.
Como he comentado, la consecuencia principal es el desplazamiento hacia latitudes más bajas de todo ese desalojo de aire frío con importantes temporales de lluvia y de nieve en zonas de Norteamérica, Europa y Asia. Por no hablar de las temperaturas. Pero no se hace uno sólo sino que darse la circunstancia de haber varios a la vez.
Este año se ha dado. De hecho, desde finales de diciembre se barajaba la posibilidad de tal evento. Mira la siguiente imagen. En ella se pueden ver las corrientes de la alta atmósfera asociadas a dos vórtices el día 5 de enero. A falta de estudios contundentes y certeros, todo indica que una borrasca interacción con este núcleo de aire frío dando lugar Filomena.
Y ahora, ¿qué? Se ha visto que después de un calentamiento súbito estratosférico suele darse un debilitamiento de las altas presiones del Atlántico (es lo que en Meteorología se conoce como fase NAO negativa) con el consecuente trasiego de temporales hacia Europa. Además de un bloqueo de las altas presiones en latitudes más septentrionales debido al tráfico de masas de aire del ecuador al polo y viceversa.
Así no se descartaría que la segunda mitad del mes de enero estuviese marcada por las lluvias en la península. Algunos modelos apuntan esta posibilidad, pero hay que tomarlo como una simple tendencia ya que estas salidas son muy sensibles a las condiciones ambientales iniciales. Según este modelo, para las próximas semanas tendríamos que llegarían a doblar la media climatológica del mes.
Y por otro lado, se esperan temperaturas anormalmente bajas. En estas dos semanas se espera que se los termómetros estén entre 3 y 5ºC más bajos en la península.
Veremos cómo apuntan las próximas semanas. Quizás toque hablar de Gaetan, nombrada así por los franceses, la próxima borrasca que gran impacto que se arrime hacia nosotros.