La emergencia climática es un problema más serio de lo que pensamos. Las emisiones de gases de efecto invernadero han sobrecalentado la atmósfera, potenciando olas de calor, huracanes y otros fenómenos meteorológicos extremos. De esto, ya hay poca duda. Y esta es la parte que más ha calado en la sociedad quizás porque es la que notamos sus efectos más rápido. Sin embargo, no debemos olvidarnos de la subida de temperatura de las capas superficiales de los océanos experimentada en las últimas décadas y que retroalimenta los eventos meteorológicos que acabamos de comentar.
A medida que los océanos se calientan, el agua aumenta su volumen y acelerar el derretimiento de las capas de las masas de hielo polares. Hay un gran consenso científico en que subirá el nivel medio del mar en todo el mundo. Hay quien apunta que aumentará al menos entre 6 y 9 metros en el próximo siglo, suficiente para poner bajo el agua muchas ciudades costeras que son hogar de cientos de millones de personas.
El seguimiento del ascenso del nivel del mar es clave para establecer planes de estrategia. Actualmente los modelos más pesimistas pronostican un ascenso de unos 90 centímetros para 2050. Esta cantidad puede no parecer mucho, pero transformará por completo ciertas áreas habitadas. En el sur de Florida se perderá el acceso al agua dulce; en China, India, Egipto y otros países con importantes deltas de ríos, millones de personas serán evacuadas de sus residencias la tiempo que se vastos terrenos agrícolas quedarán sumergidos bajo el agua.
Por lo tanto, intentar atajar el aumento del nivel del mar debe convertirse en otra prioridad urgente. La principal herramienta que tenemos es el Acuerdo de París (con mucha iniciativa, pero fracasado en gran parte) en el que se establecía la reducción significativa de los gases de efecto invernadero para evitar el aumento de temperatura de 1,5 a 2,0ºC, aunque esta medida se puede quedar corta.
En 1900, los niveles del mar aumentaban 0,6 milímetros al año. Después de 1930, la tasa se duplicó y volvió a duplicarse, hasta los 3,1 mm/año en 1990. Actualmente, los océanos están aumentando 6mm/año, y es muy probable que este ritmo siga acelerándose drásticamente.
Desde la Revolución Industrial hace 250 años, la cantidad de CO2 en la atmósfera se ha disparado debido a las actividades humanas, principalmente la quema de combustibles fósiles. Actualmente, hay unas 417 partes por millón (ppm) y se debería reducir a las 280 ppm que prevalecían antes de la industrialización.
Este cambio tan drástico en el modelo energético requiere una rápida transformación de esta economía basada en combustibles fósiles, y poner el punto de atención en las energías renovables además de poner fin a la deforestación descontrolada, cambiar a una agricultura respetuosa con el clima, plantar bosques para la fijación del suelo, etc. De conseguirlo, haríamos que la atmósfera no se calentase tan rápido como ahora. Dejase, puesto que la inercia hará que la temperatura siguiese aumentando aunque las emisiones cesen ahora mismo.
Actualmente se baraja la posibilidad quijotesca de enfriar los océanos. El 93% del calor absorbido por el CO2 se ha transferido a los océanos y los ha calentado significativamente en los primeros 500m. Refrescarlos implica extraer cantidades masivas de CO2 tanto de la atmósfera como de ellos y almacenarlo donde no pueda filtrarse.
Para ello, existen prototipos de estas tecnologías “negativas en carbono” que emplean métodos como la incorporación de lava basáltica pulverizada en fertilizantes pueden conducir a la eliminación de CO2 y, aprovechar este proceso, para la obtención de energía, con lo cual mataríamos dos pájaros de un tiro obteniendo un saldo negativo de CO2.
Seis milímetros por década puede parecer una nimiedad, pero recuerda: estamos apenas al comienzo de esta aceleración. De hecho, una subida de 2,5m sería catastrófico ya que pondría bajo el agua gran parte de Nueva York y Washington, DC, Shanghai y Bangkok, Lagos, Alejandría y muchas otras ciudades costeras. Sumergiría el sur de Florida. Incluso Holanda y Nueva Orleans, protegidos por diques, estarán en serios problemas.
Estas previsiones se deben tomar como una tendencia (y no es un alivio). Afinar más es complicado ya que los modelos informáticos no reflejan el verdadero comportamiento de los océanos, ya que asumen un aumento del nivel del mar gradual, pero el registro geológico muestra ocurre en pulsos rápidos, con lo cual las consecuencias podrían acelerarse.
Es urgente, por tanto, que la humanidad haga la transición hacia las energías renovables, deje de quemar combustibles fósiles y desarrolle y despliegue tecnologías para extraer CO2 de los cielos y los mares. También debemos ser realistas sobre la adaptación al aumento del nivel del mar. En lugar de construir más en regiones bajas y gastar dinero público en defensas costeras que están destinadas a fallar, debemos prepararnos para ayudar a la eventual reubicación de personas e infraestructura de las áreas más amenazadas.