La erupción del volcán Krakatoa (1883) junto con la del Tambora (1815) y la del Pinatubo (1991) son los tres eventos vulcanológicos más importantes del último siglo y medio y que han escrito su propia página en la historia climática de la Tierra.
El Krakatoa forma parte de un conjunto de islas volcánicas en la actual Indonesia y su origen está en la zona de subducción de la placa indoaustraliana y con la euroasiática. La tensión entre estas dos estructuras saltó por los aires en la tarde del 26 de agosto de 1883, en el estrecho de Sonda. El peligro llevaba varios meses avisando puesto que en mayo ya se oyeron algunas explosiones.
El petardazo mayor que desencadenó todo tipo de catástrofes se escuchó a más de 4800km de distancia. No es de extrañar puesto que se estima que la intensidad sonora pudo alcanzar los 310dB, suficiente para romper los tímpanos de los que estaban por allí cerca, como así ocurrió con los marineros que pudieron contarlo.
Las lluvias de cenizas y de restos de piedra pómez cubrieron una superficie de 827.000 kilómetros cuadrados, “superior a la extensión de Francia, Alemania, Austria, Dinamarca, Islandia, Holanda y Bélgica juntas”, según relataba en su diario el ingeniero holandés Van Sandick, uno de los supervivientes de la época. A lo lejos también se podía divisar una columna de humo de 27 kilómetros, alcanzando de lleno la estratosfera.
Que las cenizas llegasen a tal altura, facilitó su esparcimiento por todo el planeta y, además, que tuviesen una gran importancia en el devenir de clima de los meses siguientes. Fue tal la cantidad de aerosoles, que bloquearon parcialmente la radiación solar recibida sobre la superficie terrestre y que, por tanto, alteraron las circulaciones de las corrientes en chorro, aquellas que “fabrican” las borrascas. Los cálculos indican que al año siguiente la temperatura global descendió 1,2ºC y en verano, de 0,4ºC en el Hemisferio Norte. Los temporales de nieve y las tormentas estivales se intensificaron en algunas regiones. Estas anomalías negativas aguantaron entre 3 y 4 años más.
Sin embargo, esta bajada de temperaturas fue algo meramente puntual y anecdótico que duran tan sólo unos meses y que no frenan, para nada, el inexorable calentamiento global.
Este mundo, aunque no lo creamos, es muy pequeño para estos eventos de tal magnitud y sus coletazos los vivieron nuestros antepasado en la península Ibérica. Hace no mucho se publicó un artículo en la revista Journal of Climatology firmado por las niversidades de Alicante y de Murcia en el que se ponía de manifiesto la relación que hubo entre el aumento en las precipitaciones y, por tanto, en las cosechas en las comarcas del sureste en los años siguientes del evento volcánico.
Fuera del ámbito meteorológico, se registraron varios tsumanis que llegaron a la actual ciudad de Bandar Lampugn e incluso, pero en menor medida, a las costas gallegas. Las olas de más de 30 metros de altura limpiaron del mapa más de 135 asentamientos costeros y de tierra adentro, así como el 70% de la isla de Rakata y un archipiélago circundante debido al colapso de una caldera.
Por poner una pincelada, y nunca mejor dicho, más amable a este desastre, fue tal cantidad de ceniza se arrojó al cielo, que los amaneceres y los atardeceres tomaron unos colores muy violentos. Algunos teóricos de la Historia del Arte achacan que pudieron inspirar al pintor noruego Edvuard Munch en su celebérrima obra “El grito” de 1893, aunque hay discrepancias con otros entendidos que apuestan a que este artista es más expresivo que descriptivo.