Los diablucos de Helechosa de los Montes andan sueltos por el pueblo. Tras dos años de pandemia este municipio de La Siberia recupera su fiesta más antigua, una representación de la lucha entre el bien y mal con más de 500 años de historia.
Al son de tambores, cascabeles y castañuelas recorren la localidad visitando cada uno de los altares que los vecinos colocan a lo largo del recorrido. Van ataviados con un mono rojo, una careta de cartón de origen medieval y una larga trenza negra a modo de cola. Personajes paganos, probablemente de influencia celta, que se mezclan con tradiciones cristianas como la del Corpus Christi. Del cinturón llevan colgada del cinturón una calabaza seca en alusión a la fertilidad, de modo que algunos estudiosos creen que podría ser un rito relacionado con el solsticio de verano y las cosechas.
Todas las calles por las que pasa la procesión se adornan con cadenetas y sábanas (que a modo de palio cubren el paso de la Custodia) pendones, ramas de árboles y palmas. También se alfombran con helechos y plantas aromáticas que dan gran colorido al paso del cortejo.
Ofrendas
Los altares que montan los vecinos suelen ser fruto de una promesa. Se decoran con colchas bordadas, mantones e imágenes religiosas. Pero destacan sobre todo por la cantidad de alimentos y ofrendas: corderos, palomas, cestas de frutas y verduras, botellas de vino, frutas en conserva, dinero y dulces de todas las clases. Después todos esos productos son subastados en la tradicional “almoneda” que se celebra por la tarde y en la que los vecinos pujan por conseguir alguno de esos manjares.