El coro de tebanos duerme. Edipo también. Pero la suya es una pesadilla. Tebas está siendo arrasada por la peste y el oráculo ha revelado por qué: el asesino del antiguo monarca, Layo, está en la ciudad y hay que encontrarlo.
Como si fuera un thriller, en medio de cuervos, Edipo comienza un viaje detectivesco que no es más que su propia terapia de psicoanálisis. El diván, una pantalla octogonal a través de la que el adivino Tiresias le asegura que el asesino que busca no es otro que él mismo.
Pero Edipo no quiere ver. Su lupa de investigador busca que la realidad sea otra, aunque las pistas cada vez sean más certeras: no solo el asesino es él, sino que a quien mató fue a su propio padre.
Todos los personajes a los que pregunta (Tiresias, el mensajero o el esclavo de Layo) están interpretados por el mismo actor, Luca Lazzareschi. Son las diferentes caras de un mismo Edipo, envueltas en los símbolos surrealistas del pintor Magritte: la jaula de Tiresias encierra la verdad. Las nubes no dejan ver la claridad. Y el huevo anuncia que todo está a punto de salir a la luz.
Como la mala conciencia, su mujer Yocasta (Manuela Mandracchia) le pide no seguir indagando. Pero Edipo decide terminar su sueño y su terapia: cuando Edipo finalmente se ve, prefiere arrancarse los ojos.
Como en Sófocles, no vemos escenas de sangre o muerte. El rojo de los pañuelos que se lanzan y el de la luz que tiñe el frente escénico son suficientes.
Es la síntesis de la propuesta del director, Luca de Fusco: a veces, no hay nada más trágico que conocerse a uno mismo.

Edipo, un detective que viene de Roma para conocerse a sí mismo