5 Octubre 2025, 12:46
Actualizado 5 Octubre 2025, 12:46

Más allá de su trayectoria institucional, fue un hombre afable, dialogante y querido por miles de personas. Médico, padre, abuelo y extremeño de corazón, se ha ido demasiado pronto, dejando una huella profunda en quienes lo conocieron.

Guillermo Fernández Vara no fue solo presidente de la Junta de Extremadura durante tres legislaturas. Fue también una persona cercana, dialogante, profundamente humana. Nacido en Olivenza el 6 de octubre de 1958, su vida estuvo marcada por el compromiso con su tierra y por una forma de hacer política que ponía a las personas en el centro.

Médico forense por la Universidad de Córdoba y profesor en la de Valencia, Fernández Vara era católico, futbolero —del Barça y del Olivenza— y amante del senderismo, la lectura y los cantautores. “Me gusta Víctor Manuel”, decía con la sencillez que lo caracterizaba.

Estudió en los jesuitas de Villafranca de los Barros. Nieto de un fiscal e hijo de un magistrado del Tribunal Supremo, siempre llevó con orgullo sus raíces. Nunca superó la pérdida de su mejor amigo, una herida que lo acompañó en silencio.

Con María Luisa, su compañera de vida, fue padre de dos hijos, Teresa y Guillermo, y abuelo de Isabel, Teresa, y Ángel, a quienes adoraba. Las disfrutó, pero quería más tiempo con ellos. Se ha ido demasiado pronto, con 66 años, a punto de cumplir los 67.

En lo político, vivió intensamente. “Me levantaba temprano, con la cabeza llena de planes y preocupaciones. Soy incapaz de desconectar”, confesaba. Durante la pandemia, su teléfono se convirtió en un canal de emergencia más. “Es como el 113”, decía, atendiendo personalmente a ciudadanos que necesitaban ayuda.

Profundamente socialista, defendía la política como herramienta de transformación. “Cuando me están dando chutes de quimio, pienso en quien paga sus impuestos”, decía, reafirmando su compromiso con lo público incluso en los momentos más duros.

En la Asamblea, fue respetado por sus adversarios. “Nos hemos zurrado la banana, pero nunca hemos roto los puentes”, dijo sobre su relación con María Guardiola. Al dejar la dirección del PSOE extremeño, confesó: “Tengo ganas de vivir”.

Y aunque no quiso homenajes, dejó claro cuál era el mejor: “La foto mía que hay en muchas casas. Eso dice mucho más que tener una calle con mi nombre”.

Hoy, Extremadura despide no solo a un presidente, sino a un hombre bueno. Un extremeño que hizo de la cercanía su forma de estar en el mundo.