Penélope tejiendo y destejiendo
Siempre quisimos ser Ulises. Desde que leímos La Odisea y supimos que a veces uno puede ser Nadie y Nadie puede dejarte ciego de tu único ojo y nos imaginamos el canto de las sirenas y odiamos a Circe y Calipso y quisimos ir a Ítaca y pedir que nuestro camino fuera largo. Qué buena era Penélope, tejiendo y destejiendo para ser fiel a un marido que solo quería ir a casa. Penélope debía (de) aparecer en algún capítulo de Ulises 31, pero...
Hay que ser imbécil, señora, para esperar a un maromo que te ha ido poniendo los cuernos acá y allá durante 20 años, tejiendo y destejiendo por el día y por la noche, sin dormir, para que luego no seas ni capaz de reconocerlo cuando llega, que el único que le reconoce es Argos.
Argos es un perro. Ulises llora, pero no le acaricia para que nadie sepa quién es.
Luego crecimos. Con los años, Ulises (somos de la generación que le llama Ulises y no Odiseo) comenzó a caernos un poco peor. Luego le entendimos, como entendimos a Medea y Clitemnestra: a los personajes míticos hay que volver todos los años para ir redefiniendo las relaciones.
Penélope comenzó a parecernos el animal político y superviviente que es.
Con Telémaco es otro cantar. Cuando Telémaco era recién nacido, su padre se fue a la guerra de Troya, aquella que duró diez años. En el regreso, Ulises empeñó otros diez. Telémaco va creciendo. Y, en un momento determinado, en el Canto I de La Odisea, en la versión que tenemos nosotros, la de Carlos García Gual, cuando el muchacho ya es un joven impertinente y sabelotodo, dice:
"Así que vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca, y ordena a las criadas que se apliquen al trabajo. El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa.
Ella quedóse pasmada y se retiró de nuevo hacia dentro de la casa".
A Penélope le pasaba como a Clitemnestra: necesitaban a un hombre al lado o no podían gobernar su reino. Por eso su propio marido le dice que, si no regresa, se despose con otro.
Era casta, era obediente, respetaba a su esposo y era, también, inteligente. Teje y desteje el sudario de su suegro, mientras a su alrededor, todos los nobles se impacientan. No la quieren a ella, quieren el trono. "Cuerda y honrada en sus entrañas es la hija de Icario, Penélope, la muy astuta”. Eso es del Canto 11.
En el vigesimotercero, Odiseo demuestra que conoce el dormitorio conyugal a la perfección: aunque su mujer no sepa siquiera quién es. Lo que nos preguntamos, sobre todo, es cómo nadie ha cambiado la decoración en veinte años.
El relato estará al cuidado de los hombres, dice Telémaco. Así ha sido siempre, por los siglos de los siglos: la historia de las mujeres es la historia de la vida privada y la vida privada solo interesa de puertas adentro. Por eso se piensa en Penélope como la mujer casta y bella de la que uno se puede fiar y por eso, Serrat canta "Adiós, amor mío, no me llores. Volveré / antes que / de los cauces caigan las hojas". En el muelle de San Blas, el grupo mexicano, hizo esperar a una mujer sola en el olvido, sola con su espíritu.
Penélope es esa mujer que está y espera y a la que se le ocurre que el arco de Odiseo nadie lo va a poder manejar.
Pero en ese tejer y destejer, en ese conocer la trama y la urdimbre, en ese "voy a gobernar Ítaca durante 20 años, en contra de toda la construcción social de Grecia, mientras no se sabe si mi marido está muerto y si va a venir alguno de sus enemigos a matarme y a asesinar a mi hijo para ocupar el trono".
Para que luego venga su hijo a callarle la voz a esta resistente.
Qué vergüenza, Telémaco. Tu madre no te lo dijo, pero te lo decimos nosotros.
Te metes tu relato donde te quepa.