La festividad de Santa Eulalia, el 10 de diciembre, suele venir acompañada de las famosas "nieblas de la Mártir".
Una densa niebla suele cubrir estos días Mérida, un fenómeno que cada año en estas fechas trasciende más allá de lo meteorológico y se mezcla con la religiosidad y la leyenda popular en torno a su patrona, Santa Eulalia, cuya festividad, el 10 de diciembre, suele venir acompañada en su honor de las famosas “nieblas de la Mártir”.
Eulalia, que significa en griego “la bien hablada” y que sería una de las santas destacadas de la cristiandad primitiva, patrona también de Asturias y de Totana (Murcia), fue martirizada, según la tradición católica, en la antigua colonia romana de Augusta Emérita en el año 304 cuando con tan solo doce o trece años se negó a renunciar a su fe en Cristo bajo las persecuciones del emperador Diocleciano, que ordenaba que se volviera a adorar a los antiguos dioses.
Esa niña a la que los emeritenses veneran como una santa rebelde y valiente, fiel a sus principios, fue golpeada sin descanso por los soldados romanos, que vertieron sobre ella aceite hirviendo y, para más crueldad, la arrastraron malherida y desnuda por las calles de Augusta Emerita para ridiculizar su cuerpo y su virginidad.
Cuenta la leyenda popular, que ese día, 10 de diciembre del año 304, se extendió por la ciudad una densa niebla para proteger la desnudez de Eulalia de las miradas ajenas, la misma densa niebla que se repite en Mérida año tras año entre finales de noviembre y diciembre, cuando llega su festividad.
Cuenta la leyenda popular que ese día se extendió por la ciudad una densa niebla para proteger la desnudez de Eulalia de las miradas ajenas
Para el meteorólogo de la Aemet en Extremadura Manuel Lara, es normal que en estas fechas se produzcan los primeros anticiclones con temperaturas invernales que en las noches de cielo despejado dan lugar a estas nieblas de irradiación, mucho más frecuentes e intensas en los valles y en los ríos, como ocurre en la cuenca del Guadiana, en la que se asienta Mérida.
Se trata, según explica, de un fenómeno meteorológico que tiene lugar cuando la temperatura baja al llamado punto de rocío, el terreno pierde su calor por irradiación y el viento está muy calmado, lo que hace que las nubes se peguen al suelo.
Por su parte, la periodista emeritense, Israel J.Espino, experta en mitología y simbología y máster en Antropología del Hecho Religioso, tiene muy claro que las famosas “nieblas de la Mártir” responden a una tradición oral del pueblo de Mérida que de forma inmemorial ha ido pasando de padres a hijos y en la que no ha tenido nada que ver la Iglesia.
Israel J. Espino recuerda que el poeta latino Prudencio (348-410 d.C) relata, en su extenso poema “A Santa Eulalia, Virgen”, los martirios y tormentos que sufrió la niña cristiana por no renegar de su fe y cómo murió finalmente cuando su larga cabellera se prendió de las teas encendidas que acercaban a sus heridas para causarle un mayor suplicio.
Prudencio cuenta como la mártir cayó muerta en la nieve mientras que de su boca salió una paloma blanca, “símbolo de su espíritu inocente, de su alma pura y cándida”, un escenario que plasmó con gran belleza el pintor prerrafaelista Jonn William Waterhouse en su lienzo “St Eulalia” que se exhibe en la Tate Gallery de Londres.
Según Espino, también en otro poema más tardío se habla de que en Augusta Emérita ese día cayó una gran nevada para cubrir el cuerpo de la santa, pero en ningún momento hay testimonio escrito de las “nieblas de la Mártir” y de que estas “subieran del río o bajaran del cielo”, para proteger la desnudez de Eulalia, como tradicionalmente se ha contado en Mérida de unas generaciones a otras.
Para esta experta en mitología y simbología, las leyendas, a diferencia de los cuentos, siempre tienen una base real, que en este caso se materializa en el hecho de que las nieblas son habituales en la ciudad en los últimos días de noviembre y la primera quincena de diciembre.
Diecisiete siglos después, para los emeritenses, la noche del 9 de diciembre no puede dejar de ser una noche mágica
Por ello, diecisiete siglos después, para los emeritenses, la noche del 9 de diciembre no puede dejar de ser una noche mágica, suspendida en el tiempo, cuando la imagen de su niña mártir vuelve a recorrer las calles de la localidad, esta vez en procesión, sobre todo si lo hace sumida, como ocurre muchos años, en la más intensa de las nieblas.
Y es que, creyentes o no, es difícil abstraerse a la emoción de revivir año a año, en medio del frío, la humedad y la niebla, esta triste y hermosa leyenda que hace de Mérida esa ciudad en la que uno se siente mortal y a la vez eterno de tanto convivir con su historia.
Jero Díaz Galán