En los últimos días los madrugadores (entre los que no me encuentro) avispados (aquí, sí) han podido disfrutar de un espectáculo nuboso de lo más curioso y de lo más excepcional en nuestro país: de nubes noctilucientes.
Se trata de un tipo de nubes que se dan en la mesosfera (por encima de la troposfera y de la estratosfera) hacia los 80km de altitud, donde la temperatura decae hasta los -100ºC y apenas hay un 0,1% del aire atmosférico. Por darse a ese nivel tan elevado, se trata de las nubes más altas hasta ahora observadas.
Son visibles cuando el Sol está por debajo del horizonte, y aún estamos inmersos en la sombra creada por la propia Tierra ya que estas nubes reflejan la luz solar. Esta circunstancia hace que sean imposibles de ver en el entorno de los Polos, ya que el Sol nunca está lo suficientemente bajo en sus respectivos veranos. Son tan tenues y débiles que son invisibles con la luz del día.
Normalmente son de color azul pálido o blanquecino, aunque se han observado con tonalidades como el rojo y el verde. Suelen presentar patrones distintivos como bandas, ondulaciones y remolinos. Basándose en este tipo de observaciones, el meteorólogo Benson Tarrant Fogle, las clasificó en función de su aspecto. El tipo I son muy tenues y carecen de una estructura bien definida, como si fuesen cirrostratos o cirros mal definidos; los de tipo II son bandas alargadas paralelas entre sí; las de tipo III aparecen vetadas; y las de tipo IV son más o menos circulares con centros oscurecidos.
Se dan con mayor frecuencia en los meses de verano (mediados de mayo a mediados de agosto), cuando la mesosfera está más fría (la mesosfera va con un retardo de 6 meses respecto a los niveles bajos: se enfría en verano y se calienta en invierno) y en la franja de latitudes entre los 50º y los 70º, aunque de manera extraordinaria pueden llegar a bajar de los 40º, como ha ocurrido en los últimos días.
Los primeros avistamientos documentados de estas nubes datan de 1885 y tienen la autoría de Thomas Romney Robinson, un astrónomo irlandés de finales del siglo XIX, inventor, además, del anemómetro de 4 copas, antecedente del actual de 3. Fue 2 años de la erupción del Krakatoa, cuyas cenizas y humos pudieron llegar a esa altitud. Esto hace que haya quienes piensen que la presencia de polvo sea determinante para la presencia de estas nubes, mientras que otros piensan que se descubrieron debido al aumento de observaciones y de estudios que realizaron en aquellos años debido a la explosión.
Su origen es todavía incierto, aunque los actuales estudios sugieren que el aumento de las emisiones de metano podría aumentar los niveles de vapor de agua en la mesosfera. Parece que estas condiciones incentivan este tipo de formaciones nubosas. También se ha visto que el vapor de agua generado por varios transbordadores espaciales ha acarreado nubes noctilucientes que se desvanece en cuanto sale el Sol debido a la radiación ultravioleta que destruye las moléculas de agua. Y no hace falta que haya mucho vapor de agua a esas altitudes. Basta con una cien millonésima parte del agua que hay en Sáhara. Debido a la baja presión la mesosfera, los cristales de hielo se forman a partir de los -120ºC.
Están formadas por microscópicos cristales de hielo, de unos 100 nanómetros (¡la diezmilésima parte del milímetro!) y es muy probable que necesiten de la presencia de núcleos de condensación para su creación, aunque se tienen dudas de la existencia de polvo superficial a tan alto nivel y la comunidad científica se decanta más porque esas partículas sólidas tengan procedencia extraterrestre.
Llega el verano, la estación más larga de las cuatro