A las diez de la noche, tras el repique de las campanas llegaba el momento más esperado. Entre salvas y vivas a la virgen salía el estandarte ante la la gran devoción de los torrejoncillanos. “Ya que el año pasado no pudimos vivirlo, este año ha sido un poquito más emocionante que cualquier otro”, explicaba un vecino. ”Es un acto muy emotivo, muy sentido, muy hondo y muy profundo”, completaba otro.
Este año portaba el estandarte el hijo del mayordomo, el más joven de la historia. Tras superar una dura enfermedad hace años, por fin ha podido cumplir la promesa de su padre con su mayoría de edad.
La emoción podía sentirse a cada paso que daba la procesión por las calles de la localidad: "La gente lo vive con mucha emoción porque sacan cosas que le salen del alma", afirma un torrejoncillano. "Es la primera vez que venimos y repetiremos porque es muy emoción muy emotivo", coincide una turista.
Este año han acompañado al estandarte 100 escopeteros y más de 150 jinetes ataviados con sábanas blancas, como marca la tradición. Una estampa que remueve recuerdos y sentimientos: “Los que estamos fuera volvemos y recordamos mucho a las personas que faltan”, explica con emoción un vecino del pueblo.
Una tradición que, como el fervor, traspasa generaciones.