Cuenta la mitología que, por el mar de Mármara, navegaron Jasón y los Argonautas en busca del Vellocino de oro. Pero los arqueólogos del Turuñuelo no han tenido que irse tan lejos para encontrar un tesoro de aquellas remotas latitudes: han hallado el pie de un altar elaborado con mármol del Proconeso, el primero hasta ahora en la península ibérica y el más antiguo del Mediterráneo Occidental, según Esther Rodríguez y Sebastián Celestino, los codirectores del yacimiento.
Una búsqueda rápida en internet calcula que el Proconeso está a 3.900 kilómetros de Guareña. Es la actual isla de Mármara, que ahora pertenece a Turquía pero que, en el siglo V a.C, era una colonia griega de Asia Menor. Y eso significa, no solo que la lujosa pieza que acaba de desenterrar el equipo de Construyendo Tarteso hizo un viaje inusitadamente largo, sino que arribó hasta un asentamiento sin mar ni puerto, en pleno Valle Medio del Guadiana y en una época en la que, además, este tipo de mármol no solía circular fuera de Grecia: “no sabemos quién la encargaría, pero solo élites de gran capacidad económica y política podían hacer que este tipo de piezas vinieran hasta aquí”, explica Anna Gutiérrez, directora de la Unidad de Estudios Arqueométricos del Instituto Catalán de Arqueología Clásica (ICAC).
La experta, que ha realizado el primer análisis macroscópico de la pieza, no duda en calificar el hallazgo de “excepcional”, lo que concede al Turuñuelo y a los arqueólogos del CSIC un nuevo marbete de exclusividad.
Carácter ritual y…brillante
La pieza tiene al menos veinticinco siglos y, de momento, veintisiete fragmentos: veintisiete pedazos perfectamente labrados con acanaladuras simétricas y con los que se reactiva la fascinación por uno de los yacimientos arqueológicos más sorprendentes de España. Alguien, antes de quemar y sellar el edificio del Turuñuelo, la redujo a añicos, con saña. Pero unidos, esos trozos reconstruyen lo que sería la basa (de unos 60 cm de diámetro) y el fuste con forma de columna de un louterion: un altar formado por un recipiente sobre pedestal y que se usaba en la antigua Grecia como lavabo antes de rituales o sacrificios.
Pero lo más excepcional no reside en su probable funcionalidad religiosa (algo más que plausible en un edificio en el que se realizó una hecatombe o sacrificio animal), sino en el material con el que está fabricada y el lugar de donde procede: esa isla de Mármora, una tierra llena de mármol, cuya etimología viene del griego marmaírō, que significa brillar. El contacto del Turuñuelo con esa “isla que brilla” atestiguaría, no solo que Tarteso habría vivido una época de gran esplendor a orillas del Guadiana, sino que sus lazos con Grecia, según la experta del ICAC, “no eran esporádicos, sino más habituales de lo que pensábamos”.
Hasta ahora, la pieza más lujosa y que más kilómetros de tierra y mar había recorrido para llegar al Turuñuelo era la de los pies de mármol del Pentélico (el mismo de los templos de la acrópolis de Atenas). Pero del mármol del que está hecho este altar, del Proconeso, en esta época no se conocen apenas exportaciones fuera de territorio griego. De hecho, en la península, solo se han hallado dos altares similares en las colonias griegas de Emporión (Ampurias) y Pontós (ambas en Gerona) y no son tampoco de ese mármol: “en la península se generalizó el uso del mármol del Proconeso solo a partir del Imperio Romano, 500 años después”, explica Gutiérrez, “por eso en Mérida, por ejemplo, hay tanto”. Si este hallazgo se confirma, nos estaría retrotrayendo cinco siglos atrás y nos contaría, entre otras cosas, que el mármol de Turquía lo usaron los habitantes del Turuñuelo antes que los romanos, como ya ocurrió con el mortero de cal de la escalera del edificio.
Imagen 1 / Imagen 2
También están abiertas las hipótesis sobre quién esculpiría el hipotético altar: “tuvo que ser de fuera, porque en esta cronología, las columnas eran una técnica exclusiva de Grecia. Quien pensó y diseñó esta pieza, con ese pie de columna, era alguien acostumbrado a ver columnas en edificios”, reflexiona Esther Rodríguez.
Se estrecha el camino hacia una probable tumba
En sus escritos, Pausianas y Estrabón describen el louterion como recipiente para lavarse antes de un rito o para rociar a víctimas humanas o animales antes de ser sacrificadas a los dioses. Y en el Turuñuelo, al lado del pie del altar, han aparecido, además de múltiples fragmentos de copas griegas, también decenas de botones de bronce vinculados al adorno de riendas de caballos: quizá de los sacrificados en la gran hecatombe final que apareció en el patio. El equipo del Turuñuelo prefiere ser cauto con la funcionalidad de la pieza recién hallada, pero no niega que el edificio adquiera ya un carácter eminentemente ritual y fúnebre: “cada vez parece más claro que fue un edificio de carácter político y económico que pudo convertirse en una tumba”, dice Esther Rodríguez. “Y es probable que esa tumba pertenezca a alguna persona cuya memoria alguien quisiera destruir. Por eso todas las piezas que estamos encontando están rotas y destrozadas a conciencia, explica Sebastián Celestino.
No en vano, la de la tumba es una hipótesis que defienden ya sin ambages historiadores como Manuel Bendala Galán, de la Universidad Autónoma de Madrid, José Luis Escacena Carrasco, de la Universidad de Sevilla, Jaime Alvar, de Universidad de Carlos III de Madrid o Martín Almagro Gorbea, de la Real Academia de Historia de España. Los cuatro sostienen que este tipo de enterramientos ya se daba en Fenicia, que fue la cultura que dio origen a Tarteso, por lo que no es extraño que se estuvieran repitiendo en esta zona.
Un edificio cada vez más más antiguo
Aparte del altar como pieza estrella de esta VII campaña, en las cinco nuevas habitaciones excavadas en las zonas este y norte, se han encontrado dos hornos de cocina, un torno de bronce y varios toneletes de terracota, además de medio centenar de pesas de telar. Y lo más sorprendente: una atarjea o canalización de más de un metro de profundidad que recorre todo el edificio, lo que indica que la obra de ingeniería del Turuñuelo se revela cada vez más compleja, además de apuntar hacia una antigüedad mayor, según Esther Rodríguez.
El hipotético altar, por cierto, estaba pintado de azul y rojo. Quizá aparezca el recipiente que se colocaba encima y quién sabe si restos de los líquidos que se vertieron. Si esto ocurre, lo más probable es que esté roto a propósito, en mil pedazos, como lo están su fuste y su basa, como lo estaban los cinco rostros y todo lo que entierra el Turuñuelo. Fragmentos que están permitiendo reconstruir, gramo a gramo, quiénes habitaron este asentamiento. Puede que algún día desvelen también por qué rompieron todo…y por qué se fueron.

Arranca la séptima campaña de excavaciones en el yacimiento tartésico de Casas del Turuñuelo, centrada en la zona norte

Casas del Turuñuelo contará con una cúpula de 116 metros para proteger y poner en valor el yacimiento tartésico

Los rostros del Turuñuelo vuelven tras casi dos años fuera de Extremadura