El imponente edificio tartésico de Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz) lo construyeron arquitectos y obreros cualificados de Tarteso. Nada de arquitectura elemental o básica. En el siglo V antes de Cristo, el Turuñuelo fue puesto en pie de manera especializada y jerárquica.
"Había fabricantes de adobe, obreros y además, otros especialistas aplicando morteros de barro y otros haciendo los enlucidos o dando la pintura. Y ya por encima, ese arquitecto o esos arquitectos capaces de diseñar. Porque obviamente, en el Turuñuelo, había alguien que conocía muy bien la arquitectura y que sabía lo que quería hacer".
Quien explica para Extremadura Noticias esta organización, que nos recuerda a la propia de una obra de edificación civil, es Benjamín Cutillas. El arqueólogo de la Universidad de Murcia y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Grecia (DEMOKRITOS National Centre of Scientific Research), acaba de publicar sus conclusiones en la revista Nature. Una investigación que firma junto a la también arqueóloga Marta Lorenzón y los codirectores de Casas del Turuñuelo, Esther Rodríguez y Sebastián Celestino.
Hasta tres fábricas de adobe
El arquitecto o arquitectos del edificio de Casas del Turuñuelo, concluye el estudio, conocía bien el territorio. A partir del análisis de los materiales, se ha descubierto que se surtieron de hasta tres fábricas de adobe. Y que, por tanto, ese adobe se fabricó en varias tandas. Dos de las fábricas, como era lógico, se situaban justo al lado del edificio. Pero había una tercera más lejos: se ubicaba casi cuatro kilómetros al sur. Los arqueólogos no se lo esperaban: "Seguramente los constructores empezaron edificar y, en un momento dado, dijeron : «No somos capaces de seguir, tenemos que abrir otro frente de captación de material». Y ya es cuando tienen que desplazar a las personas para ir a buscar esos adobes más lejos", detalla el arqueólogo.
Es decir, la edificación estaba alcanzando tales dimensiones que los constructores del Turuñuelo tuvieron que buscar material fuera. Y hubieron de transitar, con mucha precaución, los cuatro kilómetros que separaban la tercera fábrica de adobe del lugar en el que estaban construyendo: "Probablemente transportarían los bloques de adobe -en carros- tirados por animales, por mulas... Hay que tener en cuenta, además, que son bloques grandes, que pueden pesar hasta 80 kilos sin problema". Y esas piezas no se podían fracturar en el viaje, porque había que secarlas luego al sol para construir. "No eran como los ladrillos, que son barro cocido", añade Cutillas, asegurando que toda esta estrategia "nos habla de una complejidad que no esperábamos".
Las conclusiones de la investigación suponen un nuevo enfoque en la arquitectura de Tarteso, ya que ningún edificio de esta cronología y civilización ha permitido hasta el momento este nivel de detalle. A partir del Turuñuelo, los expertos podrán explorar más allá de la llamada arquitectura vernácula y confirmar, por tanto, que la forma de construir de esta sociedad era bastante más evolucionada de lo previsto. Eso, al menos, es lo que se acaba de atestiguar en Valle Medio del Guadiana.
Tarteso en Extremadura escribía, esculpía a sus dioses, fabricaba joyas propias, comerciaba con el Mediterráneo y cincelaba dibujos con todo detalle. Ahora sabemos también que edificaba de forma especializada. No hay ni que cerrar los ojos para imaginar a las cuadrillas de albañiles colocando los adobes recién llegados de la tercera fábrica. O para visualizar a los que fabricaban esos adobes, subiéndolos luego a los carros. Tampoco cuesta demasiado observar a los arquitectos dando indicaciones. Ni preguntarse cuántos eran. Pero la cifra, de momento, no se puede determinar. Queda aún por excavar.