La guerra ha sido la gran impulsora de la Meteorología. El conocimiento de la atmósfera y, sobre todo, su pronóstico son claves a la hora de diseñar estrategias defensivas y de ataque. Basta recordar que el término “frente meteorológico” surgió en la Primera Guerra Mundial, por la similitud que hay entre el avance de las distintas masas de aire y de los ejércitos; y en la Segunda comenzó el estudio profundo de las capas superiores de la atmosfera para mejorar las actuaciones aéreas.
AEMET tiene un grupo de profesionales que da apoyo predictivo a las distintas áreas de Defensa. Para el caso del Ejército de Mar, se estudia el comportamiento del oleaje y del viento en superficie para planificar herramientas contra las mafias de inmigración ilegal o cómo proceder ante un derrame de fuel.
Para los otros ejércitos es fundamental no sólo saber si lloverá o nevará en un día y en un momento preciso; sino que también se presta atención a otras variables muy específicas. Para los de Tierra es importante conocer si el suelo estará firme para permitir un despliegue rápido, o si será un barrizal que lo dificulte o si está cubierto de nieve.
En el caso del Ejército del Aire es crucial la temperatura del aire y, por tanto, su densidad, ya que puede llegar a impedir un aterrizaje porque el sustento de la aeronave sea bajo. Lo mismo ocurre en las capas medias y altas de la atmósfera, donde la presencia de vientos puede retrasar o adelantar los vuelos.
La principal responsable de este grupo es Beatriz Sanz, meteoróloga y directora del Departamento de Apoyo Meteorológico para las Operaciones Militares del Ministerio de Defensa. Con ella hablamos en “El Sol sale por el oeste” el pasado martes, 20 de febrero de 2024.