24 Julio 2022, 19:45
Actualizado 6 Abril 2023, 12:37

Dejamos atrás unos días en los que el fuego ha vuelto a ser noticia. Los incendios forestales de Casas de Miravete y Las Hurdes, en nuestra región, o los de la sierra de la Culebra (Zamora) y sierra Bermeja (Málaga) nos han dejado imágenes muy difíciles de olvidar. La desolación y la destrucción se han llevado por delante la vida de personas, de animales y de vegetales, además de arruinar el sustento económico de agricultores y de ganaderos.  

 

Fuegos que, según los expertos, son cada vez más violentos y su extinción pone en jaque a bomberos y otros cuerpos de seguridad cada verano, que se juegan la vida combatiendo las llamas. 

 

Los expertos coinciden en que los llamados ‘incendios de sexta generación’ son cada vez más frecuentes y virulentos, alimentados por montes descuidados y temperaturas cada vez más elevadas. El abandono del medio rural juega un papel fundamental.

 

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En los primeros años del siglo XX tenían lugar los ‘fuegos de primera generación’ coincidiendo con la despoblación de los municipios de montaña. Estos terrenos dejaron de sembrarse y pasaron a convertirse en combustible de unos incendios que quemaban entre 1.000 y 5.000 hectáreas. 

 

A partir de los años 50 nacen los ‘incendios de segunda generación’. La vegetación conquista cada vez más superficie con el consecuente aumento del material orgánico. Además, la maquinaria (tractores, cosechadoras, radiales...) irrumpe en las tareas agrícolas como peligro añadido: las chispas que producen prenden con relativa facilidad. Las áreas quemadas aumentan hasta las 10.000 hectáreas ayudadas por el viento y orografía. 

 

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A finales de siglo la maleza ha aumentado tanto que el fuego no sólo se propaga a ras de suelo, sino “de copa a copa” de árboles, formando enormes columnas ascendentes de aire caliente, llamadas columnas convectivas. Comienzan también a construirse segundas viviendas en los montes (aumentando la probabilidad de incendio) y las olas de calor son cada vez más intensas. Hablamos ya de 20.000 hectáreas calcinadas. 

 

De la mano de estas ‘segundas viviendas’ aparecen los ‘incendios de cuarta generación’, que se declaran en la interfaz urbano-forestal (IUF), es decir, donde el terreno forestal entra en contacto con zonas edificadas. Nos vamos a vivir al campo, pero no cuidamos el campo. Y el fuego se propaga entre las viviendas y los jardines del mismo modo que en el medio forestal.  

 

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Con el cambio de siglo llegan los ‘incendios de quinta generación’, conocidos como “megaincendios”, que se propagan y extienden muy rápido ayudados por las altas temperaturas.  

 

Desde 2015, los expertos hablan de una nueva generación de fuegos: la sexta. Enormes y virulentos incendios cada vez más devastadores a causa de la sequedad ambiental, la aridez del terreno, las altísimas temperaturas y la acumulación maleza. Son tan potentes y destructivos que, incluso, llegan a formar sus propias nubes: los pirocúmulos. Un fenómeno que aparece cuando las corrientes ascendentes de aire arrastran consigo la humedad del suelo que se condensa provocando que el incendio tenga sus propias condiciones meteorológicas y se origen tormentas y descargas eléctricas en forma de rayo, que provocan nuevos incendios. Una especie de volcán que escupe ceniza y retroalimenta el fuego. Este verano hemos visto por primera vez este tipo de incendios en Extremadura en Casas de Miravete y en Las Hurdes. Los expertos comparan a este último con el de Pedrógrão (Portugal), que en junio de 2017 arrasó 24.000 hectáreas y ocasionó pérdidas valoradas en 90 millones de euros. Además de cobrarse la vida de 66 personas.

 

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Pirocúmulo en el incencidio de Casas de Miravete. Foto de David López-Rey.

 

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