Maruja fue la última paciente en abandonar el Hospital Virgen de la Montaña, reabierto poco después de su cierre para atender exclusivamente a pacientes con COVID-19. Dos meses de dura labor en la que los sanitarios han vivido momentos de gran tensión.
Jerónimo Luengo fue uno de los sanitarios que lo vivió de cerca. Trabajaba como liberado sindical y pidió volver a su trabajo como enfermo tras conocer la gravedad de la pandemia: "Al principio fue muy duro, la información era catastrófica; nos llamaron porque había que atender a los pacientes de forma urgente".
Un hospital de campaña en 4 días
En el viejo nuevo hospital se actuó a contrarreloj: en 4 días se habilitaron 22.000 metros cuadrados, se reactivaron los sistemas de electricidad, calefacción y equipos informáticos, se instalaron nuevos equipos de gases medicinales y, sobre todo, se habilitaron 33 camas que pocos días después doblarían su ocupación.
Ceciliano Franco, director-gerente del SES, lo tiene claro: "El que ha salvado el manejo de la crisis ha sido el hospital de la Montaña; ha permitido que el San Pedro tenga una hospitalización con garantías y que el Universitario esté limpio para intervenciones y enfermos graves".
El inicio fue durísimo. Lo recuerdan sus profesionales: "Las primeras semanas fueron durísimas, duro de arrinconarme en casa y llorar; no había protocolos a seguir, nos organizamos como pudimos hasta que establecimos un orden y luego ya, bien", confiesa entre lágrimas Eva Cabanillas, celadora.
Los sanitarios no sólo salvaron vida, también pagaron un duro tributo personal, aunque ninguno de ellos cayó contagiado. Muchos, como Lara, auxiliar de enferemería, se autoaislaron para proteger a sus familias: "Es nuestro trabajo y lo hicimos lo mejor que pudimos, pero nos ha sobrepasado psicológicamente, no poder estar con la familia, Ha sido más psicológico que físico".