A Tito Gil, Dios, la providencia, la naturaleza, las hadas del bosque o una secuencia de ADN le otorgó el don de una voz prodigiosa, superlativa, exuberante, mágica. "Era una de esas voces que solo se escuchan, y muy de tarde en tarde, en el teatro o en el cine, o quizá solo en sueños".
Podríamos escuchar (después de leer: las palabras tienen su propio ritmo) a Camarón, a Enrique Morente o a Manzanita cantando a Lorca, porque al protagonista de nuestro libro le gusta mucho Lorca. Muchísimo. Lorca es su religión, su faro y su guía. Lorca es lo mejor que le ha pasado a él, además de su voz. Nuestro libro es nuestro porque lo hemos leído y Tito y Paula nos van a acompañar durante mucho rato. Hay un Francis Pinto en esta novela, por cierto, pero no es guitarrista flamenco. Nuestro libro se titula "La última función" y muchos han dicho que habla sobre una obra de teatro, pero eso es como mirar un árbol dentro de un bosque: sí, pero no.
Qué bien se lo ha tenido que pasar Luis, pensé, escribiendo este libro en el que también hay castillos y demonios y leyendas y un milagro y una apoteosis y un conde, doncellas, caballeros y hasta una santa. Una santa niña. Una santa niña Rosalba y un san Albín, que es un pueblo en el que pocas veces pasa nada ahora pero que vivió esplendores y al que regresan Tito y su voz.
Regresan para contarnos una historia, narrada por y entre los viejos del pueblo, que andan mucho y saben mucho (en ese andar también están las horas de bar, porque en un bar de pueblo transcurre mucha más vida que en un bar de ciudad). Una historia en la que se habla también de más temas: la despoblación, el pensar que el turismo va a ser la respuesta a todos los males económicos, los cambios de vida que suceden por casualidad, la propia vida que sucede por inercia; los sueños pequeños y grandes que se cumplen, las segundas oportunidades.
Tito quiere ser artista. Paula quiere ser artista: son los dos personajes principales. Qué bonito este reconocerse. Ayer mis amigas y yo hablábamos del polvo de la casa y del fregadero con loza hasta arriba, cosas con las que, lo aseguro, no habíamos contado de jóvenes. Voy a ser artista, voy a cantar, voy a escribir, voy a tener una historia de amor enorme. Cualquier variación de algún pensamiento de trascendencia, en definitiva. No voy a ser como los demás, yo no soy como los demás. Luego creces y si tienes un trabajo mediocre das gracias porque tienes para comer a fin de mes y si tienes un trabajo precioso, como el mío, también se te puede hacer rutinario. Pero a veces no hace falta nada más. Un amor pequeñito porque no había nadie más cerca. Un padre al que uno engaña sobre sus aspiraciones para no disgustarlo. Unas aspiraciones basadas en las creencias que muchos tienen, pero que son mentira.
"Para estudiar, cualquiera más o menos vale. Pero para montar un negocio, y no digamos una empresa, y hacerse rico creando a la vez riqueza alrededor, para eso solo sirven unos pocos, los audaces, los imaginativos, los pioneros, los esforzados, los capaces de arriesgarlo todo en un empeño. El empresario es autónomo, dueño de sí; el estudiante sirve a un amo, no sabe valerse por sí mismo. "Yo quiero ser mi propio jefe. A mí no me gusta que me manden", dice Blas, que la pobre criatura debe de creer a estas alturas que el mercado se regula solo, imagínense.
También está Quinito, que quiere ser escritor, pero no sabe qué escribir: "De momento, solo tenía un afán: pulir su el estilo; Luego, ya buscaría las historias, temas o ideas de los que tratar".
"Yo he sido así", dice Luis Landero en esta entrevista. Todos hemos conocido a escritores así. De hecho, los periodistas solemos hablar mucho del estilo, cuando a veces los estilos son coyunturales, marcados por el contexto (pasen por una Facultad de Periodismo después de haber escrito y verán cómo salen habituados a las frases cortas que puedan leerse sin perder resuello) o te los van marcando las tripas y uso el plural (el de estilos, digo) porque, en una trayectoria, el de los libros del principio es distinto de los del final. Hay quien empieza de modo borrascoso y turbio y luego abraza el lenguaje popular y no sabe si extenso y por menudo o breve y por encima, como se pregunta Quinito.
Qué preciosidad escribir como si realmente fuera fácil. Le hemos entrevistado y lo pueden escuchar pinchando aquí.