Detrás del dibujo está el dibujo. Así reflexionaba Luis Luque, antes de que comenzara el Festival de Mérida, al que venía su 'Edipo', y yo pensaba: qué bella búsqueda. Probar qué funciona, mover los cuerpos, disponerlos en un espacio... El teatro, se dice poco, es también un juego de espacios. Está el escenario del teatro romano de Mérida, están los actores y los músicos y están también las escenografías que se plantean como un diálogo (sí, son un diálogo, aunque tapen el frontal. Quizá volvamos sobre eso).
Detrás del dibujo está el dibujo y están las cifras. Hay 81.000 espectadores que se han sentado en las caveas y la orchestra para ver las obras, los dos conciertos y la película que se han programado este año. Más de 140.000 han disfrutado del Festival al completo: teatro romano, festival Off, talleres Ceres, extensiones en Regina, Cáparra y Medellín, exposiciones. El número exacto es 147.181 asistentes. Se ha recaudado, en taquilla, 1.917.750,55 euros. Se ha terminado de pagar la deuda.
Hasta aquí las cifras, pero permítanme que haga una crónica, por una vez. La crónica es un género periodístico en el que el periodista se sitúa en el centro y habla en primera persona de lo que él vivió. Llevo 15 años justos cubriendo el Festival de Mérida, todas las obras, todos los estrenos, todas las entrevistas, todos los pases de prensa. Elijo mis vacaciones en función del fin del Festival.
Y las cifras están muy bien y gustan mucho los 20 llenos consecutivos, que ha sido la primera vez que ocurre, pero las cifras no cuentan el dibujo de detrás.
El dibujo de detrás es que comenzó a organizarse todo tarde, porque había una resolución de un concurso pendiente y ha resultado una de las mejores ediciones de los últimos años.
Allí estábamos todos, en cuanto comenzamos a enterarnos de las obras que venían. Un 'Antonio y Cleopatra' (oh, un Shakespeare, el mejor personaje femenino de Shakespeare -y mira que los tiene buenos: Ofelia, Porcia, esa Tamora que bordó Carmen Mayordomo en el Tito Andrónico de Teatro del Noctámbulo-) con Lluís Homar y Ana Belén. Un 'Edipo' con Alejo Sauras y Mina El Hammani. Pablo Carbonell pisando por vez primera la scaena. Eva Romero dirigiendo por primera vez en el romano 'Las suplicantes'. Oh, viene Paula Iwasaki. Dios, viene Fernando Sansegundo. Y Carlos Latre ¿haciendo un musical? Bueno, es Sondheim: ¿veremos "something familiar, something peculiar" y será Sondheim al fin?
Cuando llevas 15 años seguidos cubriendo el Festival de Mérida, todo te resulta familiar. Mi trabajo es muy bello, pero no está exento de rutinas. Lo digo porque lo del teatro tiene su marchamo de glamour, luces, cámara -la función va a comenzar-, acción y el mundo de la farándula y el famoseo y etcétera, pero yo soy la persona menos mitómana de la Tierra y, cuando has visto Medea 15 veces, o le dan una vuelta o ves a Aitana Sánchez-Gijón o Blanca Portillo o Nuria Espert. A veces, las ves a todas a la vez.
Ha habido una obra histórica en esta edición. Una obra histórica en todos los sentidos: las críticas han sido dispares, por ejemplo. Algunas de las más divertidas se preguntaban cómo era posible que Mina El Hammani, que es más de una década menor que Alejo Sauras, intepretara a su madre. Por Dios, pero si hemos visto a Fernando Ramos y Esteban García Ballesteros como gemelos en ese teatro y nos lo hemos creído. Pero, si en sala, Miguel Ángel Solá ha intepretado a un niño de tres años y era un niño de tres años: ¿no hemos aprendido todavía todo lo que admite el teatro, a estas alturas? ¿Tanto estamos dinamitando el pacto de ficción?
Las críticas han sido dispares y la reacción del público también. No tan escandalosa como en 'Los Persas', de Calixto Bieito con dramaturgia de Pau Miró, en la cual una mujer se puso a gritar: "¡Esquilo! ¡Esquilo! ¡Queremos a Esquilo!" en la única escena que era Esquilo puro (al teatro, a veces, hay que ir leído). Como en todas las buenas obras (siempre ocurre), hubo espantadas de público y gente que abandonó a mitad de la función. Yo sonreía mucho mientras los veía marcharse porque, sí, hay propuestas que no son para todo el mundo. La amé desde que Edipo dice aquello de "Quién no ha cantado de niño alguna vez". Y, cuando se apagaron las luces, el día del estreno (con lo difíciles que son los estrenos), ya lo supe: "Esto va a permanecer". Como 'Los Persas', como la 'Medea' de Pandur. Lo corroboré después: la vi tres veces.
Casi nunca las veo tres veces.
Yo fui de las que pensé que Alejo Sauras no daba para Edipo. Ahora quiero un 'Hamlet' para él, porque eso es lo que pasa cuando alguien te dinamita las expectativas: que le ves haciendo cualquier cosa. No que piensas que puede hacer cualquier cosa: que le ves. Hay muchos matices en eso.
Pero antes llegaron la Orquesta Freixenet de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, con Jordi Francés a la cabeza (que lo mismo te dirige un programa clásico que un 'Winterreise' brutal como el que hizo con Sonido Extremo en Badajoz) y la Orquesta de Extremadura con todo su brío y su concierto emocionante y fue la primera vez que se proyectó cine: una película sobre la migración que estamos acogiendo aquí, con dos de sus protagonistas. Vino El Brujo, que ya es un viejo conocido; nos contaron la historia de Hipatia de Alejandría (una Clitemnestra para Paula Iwasaki; un Jasón para Alberto Iglesias, gracias) y hubo comedias, pero no soy de comedias (Plauto, Aristófanes, os respeto mucho, pero lo siento en el alma: a mí dame una maga semidiosa que mata a sus hijos) y Silvia Zarco me dijo que acabaré salvando a Esquilo (aunque mi favorito siga siendo Eurípides a día de hoy, pero habrá que darle una vuelta a esto) y apareció aquí la Compañía Nacional de Teatro Clásico, con el siempre eterno José Carlos Plaza.
A quien corresponda: no pueden pasar 10 años sin que Rafa Castejón pise la scaena del teatro, por favor.
Amamos a Shakespeare, bien lo sabe Ceres, que también sabe que es difícil montar bien a Shakespeare, pero que no lo es tanto si reunimos a un puñado de los mejores actores del país, alguno de los cuales (como Javier Bermejo) no había pisado nunca la arena del teatro, pero qué manera de pisarla tuvieron: qué César tan hermoso. Ojalá vengan con un "Eco y Narciso". Sí, nuestros autores del Siglo de Oro también abordaron el tema grecolatino en sus obras, como lo hizo el bardo inglés.
Colgó el cartel de "no hay localidades", como lo hizo Golfus de Roma (lo preveíamos todos, obviamente: es Latre), como lo ha hecho ese canto a la sororidad que es "Las suplicantes" y como lo ha hecho "Edipo".
Esto no lo vimos venir.
Yo no lo vi venir. ¿Un montón de actores jóvenes, para algunos de los cuales es su primera obra, pisando, por vez primera, el teatro más difícil de España? ¿Ese teatro en el que no hay caras ni casi gestos porque vas con la voz y el cuerpo y los matices de la voz? ¿Ese teatro que se traga a tanta gente reconocida? Luis Luque se ha vuelto loco, pensé.
Ojalá abra caminos. Vivo en un país en el que sale Diego Velázquez, sevillano, en una serie de televisión y habla un perfecto castellano sin acento y en el que la representación afroespañola se circunscribe a esclavos. Yo recuerdo siempre el mejor Hamlet que ha habido en los últimos años en la Royal Shakespeare Company, que es Paapa Essiedu. Sí, hemos tenido Hamlets mujeres, menos mal y personajes masculinos interpretados por mujeres (no al revés, porque, en fin, ya saben ustedes qué ocurre si un hombre interpreta a Ofelia: Atlas deja de sostener el mundo), pero hacen falta más acentos, más pieles, más historias, más Tiresias hablando en chino mandarín.
Luis Luque, sí, se volvió loco. Y nos trajo un prodigio al Festival, que solo con el uso de los azules, los blancos y el negro y ese estar entre dos mundos de Yocasta y del esclavo al final (un enorme Andrés Picazo) yo podría rellenar páginas, como las han rellenado antes otros con los once planos fijos de 'Before sunrise' y 'Before sunset'. Con lo fácil que es venir a Mérida a lo hecho, porque hay muchas cosas que conocemos que son del gusto del público y quedan bien y triunfas sin correr riesgos escénicos.
Hablando de lo cual, necesitamos un debate sobre las túnicas y sobre tapar o no el frontal del teatro, pero esa es otra historia (aunque me urja ya) y deberá ser contada en otra ocasión.