En el corazón histórico de Cáceres se alza un convento que guarda, entre sus muros, historias de devoción, nobleza y… misterio. El convento de las Descalzas de la Purísima Concepción, fundado por disposición testamentaria de don Juan Durán de Figueroa en el siglo XVII, no solo fue un refugio espiritual: fue escenario de tensiones humanas, rigores monásticos y apariciones que aún hoy estremecen a quienes conocen su leyenda.
Las 3 primeras monjas que habitaron el convento se caracterizaban por su austeridad y fervor: Catalina de Santiago, Mariana de la Concepción e Isabel de San Antonio. Solas en la amplitud de la casa, adoptaron la descalcez, la mortificación a través de ayunos y cilicios, y una disciplina férrea que sentían como camino directo hacia Dios.
Pero la paz de estas fundadoras se vio pronto perturbada por la llegada de una cuarta hermana, de noble linaje cercano al obispo de Coria. Convertida en abadesa con el apoyo eclesiástico, introdujo costumbres que chocaban con la austeridad inicial: la imposición de los chapines, calzado alto y lujoso que hacía incómoda la caminata y contrastaba con la humildad de las fundadoras. Por tres años, las monjas sufrieron en silencio, obedeciendo a su superiora mientras sus pasos resonaban en los pasillos del convento.
Al concluir su mandato, la abadesa falleció, y con ella terminó la polémica sobre los chapines. Sin embargo, el recuerdo de su espíritu no desapareció. Varias monjas aseguraron ver su fantasma, vigilante y severo, como si la muerte no hubiera diluido su autoridad. Fue la visión de la hermana Francisca de San Joseph la que selló la resolución: renunciar para siempre a aquel calzado, con la mirada espectral de la abadesa supervisando que se cumpliera la penitencia.